Prólogo de Eilhard Schlesinger[1]
Esta conferencia sobre san José, pronunciada por el autor en La Fraternidad de la Asunción, el día 9 de junio de 1940, difiere mucho de las cosas que comúnmente se leen sobre el Patriarca. La vida de un santo no puede ser un simple tema del género literario de la biografía, pues semejante biografía, que puede escribir hasta un ateo, vendría a presentarnos esa vida precisamente en los aspectos que menos interesan.
La biografía de un santo debe ser la ilustración de la palabra del Salmo: Mirabilis Deus in sanctis suis, es decir que debe mostrar los misterios de Dios que se revelan en el santo, y vistos con los ojos de la fe. Así en la vida de San José, un biógrafo común, por ejemplo, y aunque sea creyente, llega pronto a la conclusión de que es muy escaso el material aprovechable, y falto de datos positivos y a fin de dar entero cumplimiento a las reglas del género, llena los vacíos con inducciones de su imaginación o con afirmaciones más o menos plausibles o edificantes.
En el libo de Dimas Antuña que comentamos, el pensamiento va por otro camino; no se trata de una biografía precisamente, sino de la inteligencia que procura a un cristiano contemplar los misterios de la vida del Patriarca en función de la parte importantísima que tuvo san José en la economía de la Encarnación. Anteriores escritos del autor atestiguan en él esta preocupación espiritual; de éstos debemos señalar especialmente su libro El que crece (París, 1929) porque él constituye en cierto modo la base de la presente obra.
En El que crece Antuña consideraba el misterio del patrocinio de San José sobre la Iglesia universal, guiado principalmente por el oficio divino de la festividad, y allí al comparar a san José con san Juan Bautista y estudiar paralelamente a estos dos grandes santos, que en su relación íntima y directa con el misterio de la Encarnación no se oponen, pero no coinciden, descubrió la esencia de la santidad del Patriarca. Ambos santos son el cumplimiento de diferentes figuras de la Antigua Alianza, ambos tienen un ministerio propio en la Encarnación y en la vida del Verbo Encarnado, y a ambos finalmente, y como consecuencia de lo anterior, les corresponde una misión peculiar en la Iglesia, es decir, en el Cuerpo místico, continuación y complemento de la Encarnación.
San Juan Bautista, voz del Verbo, como lo llama san Agustín, es la plenitud de los profetas y más que profeta, porque no anuncia solamente lo que ha de venir, sino que lo señala con el dedo; manifiesta al Verbo públicamente y sufre luego el martirio. San José, en cambio, es la plenitud de los patriarcas y el Patriarca por excelencia, pues no trasmite la esperanza de Israel, sino que la lleva en sus brazos y la guarda. Así, san Juan Bautista viene a ser la figura del apostolado de la Iglesia y le corresponden, en la historia de la Iglesia, los siete años de grande hartura; mientras que san José es la más perfecta expresión de la vida oculta, de la vida de negación espiritual contemplativa y, en su silencio, guarda el pan para los siete años de hambre.
Esta inteligencia, ahondada y llevada a mayor madurez en el transcurso de los años (El que crece es un libro de juventud), le ha permitido a Antuña darnos en La Vida de san José un croquis – dice él – que manifiesta al santo con una claridad y una sencillez maravillosas. En él aparece san José como el prototipo de la vida espiritual cristiana, tal como la describen, por ejemplo, santa Teresa o san Juan de la Cruz.
La firmeza del dibujo y la armonía de sus partes revelan una gran unidad de concepción. Los datos positivos, es decir, lo que la fe nos enseña sobre la vida de san José, permiten distinguir dos partes principales en ella: una es su vida hasta la Encarnación; la otra su ministerio como Patriarca y cabeza de la Sagrada Familia.
Cada una de estas partes se compone de tres elementos; la primera comprende, 40 años de apartamiento en Nazareth, el día de los Desposorios y su noche, es decir, la agonía del santo cuando creyó que debía dejar a la Virgen; la segunda está formada por tres viajes.
Y en efecto, el Evangelio atestigua tres viajes de San José: el primero de Nazareth a Belén, para empadronarse, y de allí a Jerusalén, para la presentación del (p. 163) Niño. Es el viaje real; el autor expone luminosamente ahí una cosa que está a la vista de todos pero que generalmente no se ve: queremos decir, la realeza, la condición davídica de San José.
El segundo viaje es la huida a Egipto, llamado el viaje profético, por los misterios que en él se cumplen y en él a su vez se prefiguran. Y, el tercero, la subida a Jerusalén para inmolar la Pascua, viaje que el dolor de los tres días, por la pérdida del Niño y las palabras del Niño a la Madre al hallarlo en el Templo, hacen que sea llamado el viaje sacerdotal, por la inmolación y perfecta unión con Dios que estos actos se descubre.
Estos viajes presentan los estados del camino espiritual en sus tres vías purgativa, iluminativa y unitiva. Pero es interesante advertir que también los tres elementos de que se compone la primera parte de la vida del santo (el apartamiento de Nazareth, los Desposorios y la agonía) tienen relación con estos tres estados espirituales y con los tres viajes, de manera que todo este libro está concebido algo así como una espiral que va desenvolviéndose y reitera, en diferentes alturas y cada vez con mayor amplitud, un mismo ritmo ternario.
De las dos afirmaciones de la Escritura que atestiguan para siempre la grandeza de san José: varón de la casa y familia de David y justo, se ve que el autor concede prioridad a la primera, al Nombre, a lo que el santo es. San José es Hijo de David. Pero lo es plenamente, sin restricciones. Por el nombre y la sangre en espíritu y en verdad. Es Hijo de David como nosotros somos cristianos, es decir, que está en el misterio espiritual de David y espera, como nosotros esperamos las promesas de Cristo. La justicia viene luego, y expresa su perfección moral, pero es perfección moral de un hombre que tiene conciencia davídica, es decir, que es una participación del vituperio de Cristo. Finalmente estos dos conceptos llevan al autor a una lectura del Evangelio en la cual la determinación del santo de apartarse de la Virgen, lo que se llama comúnmente la tentación del Patriarca, es un acto específicamente espiritual, ajeno a sugestiones bajas, y determinado a la vez por su justicia y por su conciencia davídica. No es una duda, dice, es una agonía.
La precisión y sencillez de expresión que el autor ha logrado en esta obra, ponen La vida de San José al alcance de todos. Si su contenido invita a meditar los admirables juicios y profundos misterios de Dios en sus santos, la claridad de su prosa (realzada por una impresión muy nítida) y el equilibrio de la composición, hacen que esa meditación se produzca sin esfuerzo y dentro del deleite4 que proporciona el comercio de toda obra de arte.
Eilhard Schlesinger[2]
VIDA DE SAN JOSÉ
Señores:
Agradezco a la Reverenda Madre Superiora la invitación que me ha hecho para dirigiros la palabra. Voy a hablaros invitado por ella y el tema de mi conferencia será La vida de San José.
Este tema os parecerá un poco extraño. Se comprende que la vida de san José.
pueda ser objeto de un sermón, de una homilía, de una meditación piadosa, es decir, un tema de predicación reservado por su naturaleza misma al sacerdote.
Un simple fiel, ¿qué puede decir de san José?
Ha habido santos, por ejemplo, un san Pablo o un san Juan Bautista, de los cuales parece que cualquiera podría decir una palabra con acierto.
San Pablo viajó, escribió, predicó, influyó en las ideas de su tiempo; tuvo discusiones doctrinales con los judíos, los paganos y aun los propios cristianos …
Y por su lado san Juan Bautista es el autor de aquel bautismo de penitencia predicado a todo el pueblo el cual le atrajo terribles luchas con las autoridades de su época.
Los dos santos tuvieron eso que se llama vida pública. Y así, sin entrar en la santidad misma de ellos, sin entrar en el secreto de sus almas, que, para san Pablo está, todo él, en el misterio del rapto, y para san Juan Bautista en aquel hecho de haber estado en el desierto hasta el día de su manifestación a Israel, sus ideas, sus actos, sus luchas, pueden ser motivo de un estudio histórico y en cierto modo profano.
Esos santos fueron enviados. Tuvieron una misión. Pero el caso de san José es muy diferente.
2
Y, para empezar, de San José no tenemos ni una sola palabra en la Escritura.
San José no tuvo ninguna acción visible en los acontecimientos de su época.
No tuvo que afrontar al rey Herodes como san Juan Bautista, ni se presentó a los hombres con una palabra nueva como san Pablo.
No tenernos nada que hacer con él ni en el orden político ni en el dominio de las ideas. Su vida está completamente fuera de eso que se llama la vida pública;
fue una vida como la nuestra, una vida privada.
San José tuvo que soportar el orden exterior del mundo y; dentro de ese orden, justo o injusto, no hizo otra cosa sino callar, obedecer, y buscar el pan de cada día.
3
Ahora bien, si en la vida privada de este hombre hay algo más, ese algo más es de un orden enteramente espiritual. Es, como nuestra vida religiosa, un secreto del alma;
algo que pasa en lo escondido, lejos de la mirada de los hombres.
La vida exterior de san José, pues, pertenece a lo que se llama la vida privada, y el misterio que pueda haber en esa vida es algo religioso, algo invisible, algo que pasa delante del Padre y que corresponde a lo que se llama la vicia oculta.
4
Y esta semejanza entre la vida de san José y nuestra vida, es lo que me alienta a hablaros del santo.
¿No somos todos personas privadas? Ciertamente que no estamos constituidos en dignidad. Nos movemos fuera de toda actuación. No pertenecemos al número de los que mandan ni al número de los que enseñan: somos mandados y somos enseñados y no tenemos otra cosa que hacer, cada día, sino callar y obedecer, buscar el sustento y padecer todas las leyes divinas, humanas, justas o injustas, que quieran ponernos sobre el hombro.
Y si hay algo más en nuestra vida, eso no deriva de nuestra posición social exterior. Ni de nuestros estudios, que no hemos hecho, ni de nuestra capacidad intelectual, aunque la tengamos, sino de nuestra situación interior.
Proviene de que somos cristianos. Proviene de nuestro bautismo,
de la confirmación, de la eucaristía, de la penitencia: en una palabra, proviene de la vida divina que Dios nos comunica por su Hijo y del hecho que, espiritualmente,
pertenecemos a ese cuerpo divino y humano de la Iglesia que está animado por el Espíritu de Dios.
5
Esta doble condición, ser obreros y ser cristianos, y este hecho felicísimo de movernos en la vida privada y tener una vida oculta en Dios con Cristo, creo que nos da ojos y acaso nos permita ver algo en la vida de san José.
Pero como dispongo de poco tiempo abreviaré cuanto tengo que deciros
en algo así como un dibujo o un croquis.
Cualquier obrero que conoce su oficio ve con claridad lo que se le pide que haga, supongamos que un mueble, una silla, en el croquis que se le presenta.
Las patas, el asiento, el respaldo, etc. y la correlación de las partes, y el material y la solidez requerida, todo eso lo ve rápidamente en cuatro rayas
porque lo mira, no con los ojos de la cara y como está en el papel, sino con la experiencia práctica de quien conoce la forma, los materiales, el destino del mueble.
Y lo mismo aquí: yo voy a claros el croquis, el esquema de la vida de san José, y,
vuestra atención y vuestra experiencia, como hombres de trabajo que saben lo que es ganar el pan de cada día, y como cristianos que saben qué es vida de oración y unión con Dios, os dará alguna inteligencia de lo que fue aquel santo.
6
Y el esquema que os propongo de la vida de san José es éste:
Cuarenta años, un día, una noche, y tres viajes.
Sí, cuarenta años de apartamiento en Nazareth. Un día, un día luminoso: la mañana de los Desposorios — y su noche: aquella agonía del Patriarca cuando creyó que debía dejar a la Virgen. Y tres viajes: el viaje real, el viaje profético y el Viaje sacerdotal.
Una vez que declare cada uno de estos puntos vosotros podréis ver la vida del santo de un modo imperfecto, naturalmente, pero con alguna claridad, y sobre todo
con esa claridad que es propia de un plano o de un croquis, es decir, percibiendo bien la proporción y aquella unidad que parece como que brota de la economía de todas las partes.
CUARENTA AÑOS
1
En aquel tiempo (digamos que el año 40 antes de Cristo) un hombre de la casa y familia de David llamado Jacob, engendró un hijo. Nació el niño, y, cuando se cumplieron los ocho días, conforme a la ley de Moisés fue circuncidado y le pusieron el nombre de José.
En la Antigua Ley la circuncisión era un acto en cierto modo sacramental. Por este rito el niño nacido renunciaba a la vida profana y entraba en alianza con Dios.
La circuncisión quitaba al niño judío la inmundicia de la carne y le daba un nombre entre los hijos de Israel.
A san José, pues, lo circuncidaron, y le pusieron José, un nombre muy antiguo,
pues el primero que lo llevó fue aquel Patriarca, aquel antiguo José, el de Egipto, hijo de Raquel, y fue llamado así porque su madre al tenerlo exclamó: Quitó Dios, Añádame el Señor.
José, pues, quiere decir: Quitó, añadió, y por eso este nombre se traduce por aumento o crecimiento, y es tanto como decir: el que crece, o Hijo que crece, o
Hijo a quien Dios hace crecer.
San José, pues, hijo de Abraham como todos los judíos y, como hijo de Abraham, circuncidado, entra en la alianza con Dios y recibe un nombre que quiere decir en Israel: Quitó Dios, Añádame el Señor.
2
Pero él no es solamente hijo de Abraham como todos los judíos, sino que también es Hijo de David. San José pertenece a la casa y familia de David, desciende en línea recta del Rey, es el heredero de muchos Reyes, y este hecho, civil y religioso, exterior e interior, es la razón de ser de toda su vida. No sería él quién es si no fuera Hijo de David.
3
Y ¿quién era David? Ya lo sabéis. Todas las promesas que Dios había hecho a Abraham y a su descendencia, y todos los misterios que estaban figurados en la Ley,
Dios los había puesto como ligados a un nombre y a una familia: ligados a David, el Rey, y a su familia, la Casa de David.
Lo que estaba prometido en David tenía que cumplirse, y lo que estaba figurado en la Casa de David tenía que hallar su realidad.
4
Y ¿qué estaba prometido? El Mesías Señor.
Un Hijo de David que sería hijo del Altísimo, a quién Dios daría el trono de David, su padre, que reinaría sobre la casa de Jacob, por los siglos, y cuyo reino no tendría fin.
5
Así, pues, la Casa de David era el nudo de las promesas divinas.
Todo lo que esperaron los Patriarcas y todo lo que anunciaban los Profetas,
todo lo había ligado Dios, con juramento, a David, el Rey, y a su descendencia.
Y de esto se seguían consecuencias no solamente políticas – lo político, aun cuando entonces (como ahora) excitara todas las pasiones y removiera los apetitos,
ero lo inferior de aquellas promesas – sino consecuencias religiosas, sagradas,
cosas de vida o muerte en el orden espiritual y eterno, pues la venida del Mesías, del Hijo de David, era considerada, no solamente como el advenimiento de un gran príncipe, sino como una poderosa intervención de Dios en su pueblo y como el acto supremo con que el Señor iba a manifestarse a las naciones.
Así como nosotros recitamos el Credo y según esos artículos de nuestra fe
decimos claramente lo que creemos y esperamos, así un judío podía decir de sí mismo y de su pueblo lo que creía y esperaba.
Podía decir: -Creo que estoy en alianza de fe con el Dios de mis padres, el Dios vivo, Dios de Abraham, e Isaac, y Jacob, el cual ha hablado por los profetas y ha dicho que la Casa de David permanecerá eternamente, y que de su linaje ha de venir el dominador de las naciones, el Mesías Señor.
6
Ahora bien, exteriormente, en el orden social y político, cuando nació san José David y los Reyes hijos de David habían pasado hacía ya muchísimo tiempo. En esos días la Judea era un país tributario de los Romanos y sobre el pueblo de Dios reinaba Herodes, un intruso, criminal y astuto.
Pero delante de Dios y en las conciencias, dentro de ese orden religioso adonde no puede llegar la mano de los hombres y que apenas si es tocado por los acontecimientos exteriores, el juramento dado por Dios a David permanecía, y nadie dudaba que las profecías habían de realizarse.
Aquello era sagrado, era divino, tenía una fuerza terrible: estaba en todos los corazones, se llamaba, (aun hoy se llama) la esperanza de Israel.
7
Según esto, pues, notemos cuál era la posición de san José.
Llamado en Abraham a la fe como todos los judíos, y escogido en David como varón de su linaje, llevaba el nombre y los derechos de la Casa, era el heredero de los Reyes, en él venían como a descansar, en cierto modo, en aquel momento, las promesas.
Y su situación era desconcertante. Porque era príncipe y no llevaba vida de príncipe; era Hijo de David (Hijo de David era su nombre de familia, lo que nosotros diríamos su apellido), pero, desconocido, ni siquiera era llamado por su nombre.
En la Sagrada Escritura los ángeles lo Llaman: José Hijo de David. Pero los hombres no. Los hombres, todos los hombres, aun sus mismos parientes, lo llaman: José el Artesano. Entramos, pues, en uno de los misterios de su vida.
8
El hijo de los Reyes es un artesano: el descendiente en línea recta de David es un obrero: el depositario en un momento dado de los derechos mesiánicos, Dios ha querido que sea faber lignarius, un carpintero. Y mirad que san José sabe quién es.
San José tiene conciencia davídica, lleva en su corazón las promesas de su Casa, guarda fidelidad a David, guarda fidelidad religiosa a la palabra firme,
a la palabra que Dios dió con juramento, a David, pero apartado, desconocido,
tenido en nada, vive en Nazareth (una aldehuela desacreditada de la que nada bueno podía esperarse), y trabaja cada día, como trabajan todos los obreros de este mundo.
9
San José, pues, es un obrero. Pero hay obrero y obrero. Porque vamos a ver,
si yo soy carpintero hijo de carpintero ¿qué agravio hay en esto?
Con alegría, con paz, con la alegría de mi oficio (que es un buen oficio)
tomaré cada mañana mis herramientas. Pero si soy carpintero hijo de los Reyes,
si soy, en línea recta, hijo de David, el Rey, ¡qué misterio! ¡qué humillación! ¡qué castigo!
Notemos, pues, que san José lleva el castigo de su Casa. Los hijos de David, los Reyes, casi todos fueron rebeldes al Señor. Impíos, idólatras, sensuales,
-¡Oíd, pues, Casa de David!, clama el profeta, ¿por ventura os parece poco ser molestos a los hombres sino que también lo sois a mi Dios?
10
Así, pues, si san José es un obrero (y sí, lo es), entre los obreros habrá que ponerlo aparte.
Y ved ahí, eso es precisamente lo que hace el Señor: lo pone aparte, pues san José vive – no en Bethleem que era la ciudad de David, ni en Jerusalem que es la sede del Rey, sino en Nazareth.
San José es José el Artesano, el de Nazareth: no José el Artesano, solamente,
sino José el Artesano, el de Nazareth, y el de Nazareth o Nazareno es tanto como decir Apartado.
11
En esto de Nazareth, como en José, como en David, como en todas las palabras hebreas, hay una significación profética, es decir, algo que ha sido dado a la palabra misma para inteligencia, pues todo aquel Antiguo Testamento les pasó a ellos
en figuras y anuncios de misterios venideros.
Y así, todo en él, los nombres, los actos, los lugares, las personas, son como letras o palabras significantes del Mesías y de la vida nueva que por el Mesías nos habría de venir.
Nazareth, pues, quiere decir: flor, y Nazareno, apartado, de manera que la flor, lo mejor, lo excelente es apartado, y ¿para qué? Para Dios. Para ofrecerlo y sacrificarlo. Nazareno, pues, es tanto como decir: puesto aparte para Dios, y por esto Nazareth es algo así como la clave de la vida de san José,
12
En Nazareth se juntan y se explican su nombre y su sobrenombre: José Hijo de David y José el Artesano. Si solamente fuera príncipe y solamente artesano, como las dos cosas puestas en la misma línea son contrarias, la una con la otra se destruirían
y no sería nada.
Pero ved que es José y que es el de Nazareth, y, como José, crece, y, como Nazareno, está apartado. Hijo de David es José y crece: Artesano es el de Nazareth,
y está apartado para Dios.
¿Qué hace, pues, san José en Nazareth? -Crece apartado, y, dentro de ese misterio, de su sobrenombre, desempeña su nombre.
¿No dijimos que es el que crece? Y ¿qué es crecer si no es precisamente quitó Dios, añádame el Señor? Crecer es deshacerse de algo para asumir algo: es despojarse o ser despojado de algo inferior y recibir, en ese despojo, lo que el Señor añade.
13
Veamos, pues, qué quitó Dios a este Hijo de David para hacerlo crecer, y qué le añadió el Señor (el Espíritu Santo, Señor y vivificador) para que su crecimiento fuera alcanzado. En el heredero de los Reyes, en el varón de la Casa y familia de David, quitó Dios el cetro, la diadema, la situación visible de su grado, el poder, las riquezas y la gloria.
14
Ahora bien, ¿qué queda en el príncipe a quién Dios despoja de este modo?
Si su nobleza fuera puramente humana y nacida de la carne, en verdad que no le quedaría nada o casi nada. Pero su nobleza es una elección, es una unción de Dios,
una palabra permanente: ¡Juré a David, y no me arrepentiré!
Y ved ahí lo que le queda a este Hijo de David que Dios despoja y desnuda
de la grandeza de este mundo: Le queda el nombre, le quedan las promesas de su Casa; le quedan las profecías, le quedan los derechos mesiánicos, le quedan la Ley y los Profetas (y los Salmos) que están en su mano como una escritura firmada por Dios: como pudiera estar en la mano de un mendigo un pagaré o una letra, es decir, un documento válido, extendido a su nombre, con fecha cierta y firma auténtica, y solvente.
15
San José, despojado, puede oír la palabra del ángel que le dice:
-¡Ten lo que tienes! ¡que nadie tome tu corona! Guarda tu fe, guarda tu nombre.
Y así él calla, pues, y aguarda, y pone su corazón en la presencia de Dios, y; lejos de ir a perder su vida en disputarle a Herodes el gobierno, se ve a sí mismo y pronuncia su propio nombre.
Dice: -Quitó Dios, fiat! Añádame el Señor.
16
Y ¿qué le añade el Señor?
Sobre el nombre y los derechos mesiánicos, sobre la fe y la fidelidad, sobre la desnudez del príncipe (despojado de su forma de príncipe pero no de su alma de príncipe) el Señor añade: pobreza, trabajo, afanes y desprecio.
Le da el Señor las herramientas de un oficio servil: el martillo, las tenazas, los clavos (le da los instrumentos de la Pasión de Cristo) y al hacer esto lo toma para sí,
lo aparta y hace de él un pobre.
17
¡Ah, Dios es uno, Dios ama la unidad! Ved cómo junta Dios en este santo el nombre y el sobrenombre, cómo junta en lo más profundo y secreto de su alma la conciencia davídica y el corazón nazareno.
Los dos nombres que parecían el uno con el otro destruirse, en realidad son como las raíces que alimentan en él una vida más alta.
El en orden social, exterior, príncipe y artesano son contrarios. No puede un hombre a la vez y en la misma línea mandar y ser mandado, regir y humillar la cabeza.
Por otra parte el Quitó Dios, el despojo de la forma de príncipe, se reduciría a una simple privación si san José fuera un obrero y nada más que un obrero, y no habría entonces crecimiento.
Pero lo que el Señor añade, la condición de obrero, es la forma externa de una dignidad espiritual, y así, el ser obrero, en él, es vestidura.
18
Los de Nazareth miran con los ojos de la cara, y ven al santo, y dicen:
-Lo conocernos, éste es José el Artesano.
Pero el Señor desde el cielo interroga con los párpados, y dice:
-¿Cómo dicen: Lo conocernos, éste es José el Artesano? Yo no le he dado oficio, sino cruz.
19
La dignidad de pobre, pues, que san José recibe al ser hecho obrero es algo real, efectivo, positivo. No es una privación, y tan no es una privación, que, por esta dignidad de pobre el Hijo de David crece, es decir, llega a ser realmente José,
y el Artesano es tomado por Dios, es decir, llega a ser realmente Nazareno.
20
Quede, pues, declarado este misterio de los cuarenta años.
Cuarenta es número de penitencia y a la justicia o santidad no se llega sino por ella.
Aquel niño circuncidado y a quien no en vano se le pone el nombre de José, ved ahí que crece, que adelanta en edad, y no llega a la perfección sino por haber aceptado en lo más íntimo de su alma, aquel terrible Quitó Dios de su nombre y aquel desconcertante Añádame el Señor de su aumento.
Este José crece cuarenta años y llega a estatura perfecta por aceptación íntegra, crucificante, de su nombre de Hijo de David, al cual no renuncia (no puede renunciar) y de su sobrenombre de Artesano cuyo misterio respeta.
Y el término de todo esto es su justicia, es decir, su santidad, el término de todo esto es Nazareth, es decir, una vida de soledad y oración una participación tan grande del desprecio y vituperio de Cristo, que Dios lo oculta a los hombres y lo toma para sí.
Veamos ahora el día que sigue a este apartamiento, y que pondrá en claro la luz de su justicia.
UN DIA
I
San José, varón justo llega a la perfección de la justicia. ¿En qué consiste la perfección de la justicia?
Si alguno de nosotros desea ser perfecto ¿qué hace? Tenemos una respuesta a la vista. ¿Qué han hecho las hermanitas de los Pobres para entrar en la perfección que profesan? Han dejado casa y familia y se han consagrado a Dios y a aquellos a quienes Dios ama, que son los pobres, todo ello mediante esos votos que sabemos
de pobreza, obediencia y castidad.
2
Pues bien, en tiempo de san José la perfección (a lo menos exteriormente) pedía otra cosa. El israelita para ser perfecto y salvo alguna rarísima inspiración de Dios,
lo que debía de hacer era casarse.
En aquella dispensación de la Antigua Ley lo perfecto era el matrimonio,
y el matrimonio tenía en sí mismo esa perfección espiritual, por una razón muy simple: porque de los hijos de Israel debía de nacer el Mesías.
En el pueblo de Dios el matrimonio entrañaba nada menos
que el advenimiento del Mesías, y así fundar Casa y familia era cumplir un deseo
temporal y espiritual a la vez, un deseo moral y religioso a la vez …
El matrimonio tenía algo de teologal. En el deseo de los hijos se deseaba al Hijo, se deseaba a aquel Hijo prometido, hijo de David, hijo de Abraham, nacido de nosotros, pero cuya generación era tan alta que nadie podía intentar narrarla, pues el mismo Dios altísimo en los cielos le decía:
-Tú eres mi hijo, hoy te engendro.
3
Para nosotros, hoy, el matrimonio es una cosa buena; para los judíos, entonces, el matrimonio era una cosa perfecta, santa, ¡y cuánto más en el caso de un hombre como san José que por su casa y familia era Hijo de David, y por la limpieza de su alma Dios mismo nos dice que era justo!
El matrimonio fue para él algo enteramente sagrado. Digamos, pues, que sus Desposorios con la Santísima Virgen fueron el día de su vida, la mañana gozosa y luminosa de su perfección.
4
Ahora bien, dentro de esa perfección de alma con que llega san José al matrimonio,
¿qué trae para fundar la Casa? Trae lo que tiene: Hijo de David, trae su nombre;
Artesano, su pobreza, y estas dos cosas, su nombre y su pobreza, no se oponen sino que la una con la otra se perfeccionan.
5
Es muy importante ver que san José trae a los desposorios un nombre. No es un nombre que él haya conquistado o hecho célebre o ilustre, sino un nombre que él ha recibido y guardado.
Notadlo bien: san José se casa con la Virgen porque san José es Hijo de David, y, de no haber sido Hijo de David no lo hubiera destinado Dios a este matrimonio ni a esta esposa.
El título, el derecho (diría) de san José para recibir la mano de la Virgen es su nombre. Y no sólo su nombre sino la línea de su nombre, su genealogía.
6
El santo Evangelio (que no tiene palabras de más) nos refiere la genealogía de san José desde Abraham, y así nos dice: Abraham engendró a Isaac, e Isaac egendró a Jacob y Jacob engendró a Judá y sus hermanos. Y sigue enumerando todo los padres
hasta David, el Rey, y todo lo reyes hasta San José el esposo de María, de la cual nació Cristo.
De padres a hijos, pues, desde Abraham hasta san José, el esposo de María, de la cual nació Cristo, siguiendo una línea que entre muchos hermanos a uno elige y a los otros los excluye, aquellos padres van transmitiéndose la sangre y la fe,
la conciencia de una alianza positiva con Dios, y las bendiciones que los hacen depositarios de aquel gran misterio que habrá de venir.
7
San José, pues, en su nombre de Hijo de David, tiene las bendiciones de los padres.
Su nombre no es una mera designación verbal, su nombre es algo más que un apellido, algo más también que un derecho.
¿Qué significa para él al tomar esposa, y, cómo lo trae al fundar su casa?
8
Desde luego vemos que lo trae oculto, ya que viene debajo de su sobrenombre y que a nadie interesa como hijo de David este hombre sin importancia herrero o carpintero, que todos conocen y a quién todos llaman, diciendo:
-Ah, sí, ése es José el Artesano, el de Nazareth…
9
Pero no solamente lo trae oculto sino que también lo trae limpio.
Sí, en él, el nombre de los Reyes viene limpio de apetitos, de ambiciones,
de pasiones políticas, de cuidados temporales… Y de toda sensualidad, de toda vanagloria.
Mientras en Israel este nombre es una bandera, un incentivo carnal: una rabia política llena de pasiones y de apetitos de dominación y de venganza, para él, por el apartamiento de su vida y la pureza de su alma, este nombre es una cosa quieta, firme, sosegada.
Es una realidad como puede ser para nosotros el bautismo, el Padre nuestro o el Credo. Pues a nosotros, decidme, ¿de qué nos sirve nuestro bautismo? Delante de los hombres y en esta ciudad, de nada (o de estorbo).
Pero delante de Dios ¡qué abismo de bienes! y en nuestra propia alma ¡qué nobleza, qué luz, qué clase de vida nos da! Y lo mismo era el ser Hijo de David para san José. De nada le servía en el orden (o desorden) político conforme a los intereses y pasiones de aquel momento, pero, delante de Dios, era su elección desde el principio, desde el Padre, desde los padres, era su elección y su entrada
en un orden de realidades superiores.
Pues por este nombre entraba él en el juramento hecho por Dios a David,
por este nombre entraba en las promesas de su Casa, por este nombre a él, y no a otros, eran dados los signos y dichas las profecías.
Y así como nuestros artículos de la fe no son para nosotros proposiciones racionales y circunscriptas sino palabras vivas y eficaces y que contienen la substancia de las cosas que esperamos, así su nombre y las promesas de su Casa
eran para él palabras fieles: algo permanente, consistente, un juramento de Dios:
¡Juré a David, y no me arrepentiré! Una palabra de vida en la cual Dios había consignado abismos.
10
Pero notad lo más extraordinario de todo esto, y es que a esta persuasión no había llegado el santo por estudio de la Escritura a manera de los escribas, ni por especulación de la mente conforme a los maestros de Israel, sino por soledad y apartamiento, y por perfección de pobreza.
Y así podemos decir que su despojo, es decir, el haber sido hecho artesano,
el haber sido hecho obrero, era lo que lo había llevado a esta dignidad de ser Hijo de David no solamente por la sangre sino también en espíritu y en verdad.
El ser obrero no implica necesariamente ser un pobre ni significa tampoco una perfección espiritual. Pero es indudable que en el obrero Dios ha puesto una invitación a la pobreza y una ocasión próxima de ser pobre y despreciado, y,
habiendo aceptado san José su despojo, habiéndolo aceptado él que podía sin ambición ninguna y acaso con algún fundamento moral salir a perder su vida en un lance político yendo a disputarle a Herodes el gobierno levantando al pueblo contra la dominación inicua, ciertamente, de los Romanos, habiendo aceptado, digo, el quitó Dios como un llamamiento a la pobreza espiritual, y habiendo entrado en esa pobreza por su condición de obrero, en esa condición había hallado su crecimiento;
es decir: la purificación de su alma, el trato viviente (y no ilusorio) con Dios, y el sentido verdaderamente desnudo y divino, (el sentido evangélico) de su nombre de Hijo de David.
Y por eso he dicho que su nombre y su pobreza no eran cosas contrarias. Porque su pobreza era como la lima con que Dios había limpiado de adherencias impuras aquel nombre de Hijo de David; aquel nombre que los reyes, hijos de David,
habían profanado.
Y si ese nombre contenía algo si ese nombre era como la semilla de las promesas divinas, convenía que alguno lo llevara con entera purificación de los apetitos bajos, y que ese nombre fuera en lo vivo de su alma (como lo es en la nuestra una verdad de fe), un principio de vida, un objeto de contemplación,
un símbolo o sacramento de algo firmísimo: una manera de velar delante de Dios
y algo así como un apoyo para esperar esperando aquellos bienes que no pasan y que no son de este mundo.
11
Mirad, pues, qué claridad tiene este día de los Desposorios. Dentro de la justicia o santidad de su alma san José trae al matrimonio su nombre y su pobreza, o, mejor,
su nombre ensayado en su pobreza.
Y como la pobreza es siempre lo más visible, los ojos de la cara, esos ojos que tenemos para equivocarnos siempre, y no ver, en los Desposorios del santo no ven
sino el matrimonio de un obrero con una joven, es decir, una cosa en la cual no hay nada que ver.
Y por cierto que en esto no hay nada brillante, nada emocionante… Pero si consideramos, ved ahí que el artesano es un Hijo de David y la joven una virgen de Nazareth: y esto ya es algo, esto hace pensar.
Y, si alzamos los ojos, es decir, si somos capaces de contemplación espiritual,
ved ahí que en esa entera sencillez en que se mueve la Iglesia, san José y la Virgen aparecen como la expresión más pura de un altísimo misterio, pues sus desposorios son los Desposorios místicos, es, decir, los desposorios del Justo con la Sabiduría.
San José es el justo, el varón perfecto que tiene en sí la justicia, y a quien (según la palabra admirable de la Sagrada Escritura) la Sabiduría le sale al encuentro y lo recibe como una esposa virgen.
UNA NOCHE
1
Ahora bien, después de los Desposorios, el ángel del Señor anunció a María y la virgen concibió por obra del Espíritu Santo.
Cuanto hemos venido admitiendo en san José creo que nos pone en condiciones de recibir con sencillez este evangelio.
San Mateo para referirnos la Encarnación comienza con el «Libro de la generación de Jesu-Cristo, hijo de David, hijo de Abraham», y dice: Abraham engendró a Isaac, e Isaac engendró a Jacob, y Jacob engendró a Judá y sus hermanos
Y así sigue relatando las generaciones de los patriarcas y los reyes, hasta llegar a san José: «el esposo de María, de la cual nació Cristo». Luego, él mismo resume todo este libro de la genealogía de Cristo, diciendo:
“Así que todas las generaciones son: desde Abraham hasta David, catorce generaciones: y desde David hasta la Transmigración de Babilonia, catorce generaciones: y desde la Transmigración de Babilonia hasta Cristo, catorce generaciones”.
Y después de este resumen dice: «Y la generación de Cristo fue así:
Que estando María desposada con José, su esposo, y antes de ellos juntarse,
se halló, fue manifiesto, que María había concebido por obra del Espíritu Santo».
2
En oposición, pues, a todas aquellas generaciones en las cuales los padres engendran a sus hijos conforme al orden natural, la generación de Cristo fue sobrenatural, fué extraordinaria, milagrosa; fué obra del Espíritu Santo y no hubo en ella concurso de varón.
3
Ahora bien, cuando esto se produjo, el misterio obrado en la Virgen fue manifiesto a san José. No le fue manifiesto solamente que la Virgen había concebido: le fue manifiesto, como dice el Evangelio, que había concebido por obra del Espíritu Santo.
Comprendió el justo que se cumplía en su esposa aquel signo de lo alto del cielo, aquella señal tan extraordinaria que había sido anunciada como con amenazas a su Casa:
-Oíd, pues, Casa de David, (casa rebelde, incrédula, molesta) oíd que el mismo Dios
os da una señal: y la señal es ésta: concebirá una virgen.
4
Concebirá una virgen, una virgen llevará fruto en el vientre.
San José, que era Hijo de David, es decir, que tenía inteligencia de estas cosas, y que era justo, es decir, que tenía un sentido seguro de los misterios de Dios, quedó delante de este hecho tan extraordinario como estaba Moisés delante de la zarza ardiendo: maravillado de admiración y sobrecogido de terror.
5
¿Que debía hacer? Y ¿quién era él? Mirábase a sí mismo, y, reputándose indigno de estar junto a su esposa se determinó a dejarla.
Pero considerando, por otra parte, las circunstancias de aquel misterio
y para que un hecho tan santo no fuera conocido, a fin de salvar en todo el honor de la Virgen se determinó a dejarla secretamente.
San José quería separarse porque la misma Encarnación del Verbo en cierto modo separado a la Virgen de todas las criaturas de este mundo.
La Madre de Dios estaba en Dios de una manera inefable, y el santo no sabía qué podía hacer él, indigno, delante de aquel caso que excedía a todas las cosas creadas
Y aun a todas las manifestaciones divinas.
6
Y estando él así en estos pensamientos de admiración del misterio, de confusión de sí, y de temor: y padeciendo en su alma una lucha terrible porque el temor de Dios
le obligaba a retirarse, pero el amor de la esposa, y su deseo de Dios (su deseo davídico de aquel inmenso misterio que veía finalmente realizado en su Casa) hacían de esta determinación de dejarla, una agonía, he ahí que Dios envía su ángel (ese ángel que Dios envía siempre a los que le temen), y el ángel del Señor, el ángel de Yaveh, se le apareció en sueños, diciéndole:
-José Hijo de David, no temas recibir a María tu esposa porque lo en ella engendrado es del Espíritu Santo. Recíbela, he ahí que ella parirá un hijo y tú llamarás el nombre de él.
7
Así, pues, el ángel se dirige al temor que sobrecoge al santo delante del misterio,
y a la confusión que siente de sí mismo, y a su determinación de apartarse de la esposa, y, confirmándole el inventa est, la persuasión que ya tiene de Dios
de la concepción virginal, le dice lo que habrá de hacer él, Hijo de David, esposo de la Virgen, en lo que Dios acaba de realizar.
Es cierto, se han cumplido las escrituras: la virgen ha concebido, la virgen lleva fruto en el vientre, pero no quieras tú separarte de ella ni temas recibirla porque es por obra del Espíritu Santo lo en ella engendrado: en este misterio mira cuál ha de ser tu ministerio: la virgen dará a luz un hijo y tú llamarás el nombre de él.
8
Recibir a la Virgen y dar nombre al Niño: tal es el ministerio de san José en el misterio de la Encarnación. No disuelve el Señor el vínculo que une al Hijo de David
con la Virgen Madre de Dios, antes, lo confirma, y, por esta confirmación le da entrada legítima y sacramental en el misterio.
Y lo toma para sí, y le ordena lo que ha de hacer: Dará nombre al Niño, es decir, hará con él veces de padre, pues la primera función y acto de autoridad de un padre después de engendrar un hijo, es darle nombre.
Y si este caso único, extraordinario, ha eximido al santo de la comunicación carnal, ved ahí que todos los otros oficios que tienen los padres con sus hijos en el orden natural, civil o religioso, le están determinadamente mandados.
9
Tenemos ahora a san José constituido en cabeza de familia. Ya no es el Hijo de David – Artesano, ni el Apartado a quien Dios mismo llama justo: ahora es Patriarca, ahora es el glorioso Patriarca san José, el elegido a quien Dios introduce en la nube, el fiel y prudente a quien Dios comunica su consejo.
Un ángel lo ha ordenado para sus oficios de padre. Y ¡qué oficios! San José impone al Niño el nombre sobre todo nombre, el nombre de Jesús. Esto quiere decir que fue él quien circuncidó y nombró a nuestro Salvador. Él también es quien le transmite los derechos mesiánicos, y así, por san José Nuestro Señor recibe su genealogía humana y es legal y legítimamente llamado: Jesús Hijo de David.
Él también lo presenta en el Templo pagando por el primogénito las cinco monedas y en verdad que san José rescató aquel día de mano de los sacerdotes,
la víctima que Judas había de venderles más tarde.
Y él es quien lo lleva a Jerusalem cuando cumple la edad de doce años,
para celebrar allí con aquel hijo, y con la esposa, la Pascua de la liberación de Egipto.
En fin, que san José cumplió todos los actos de amor y autoridad que corresponden a un padre, y todos los ritos que en ese carácter de padre
le estaban mandados por la Ley.
Y su gloria es tan grande por ese gobierno que tuvo en las acciones exteriores del Hijo de Dios, que ella ha pasado a nosotros y constituye en nuestros días el misterio manifiesto de su Patrocinio sobre la Iglesia Universal.
10
He dicho, pues, lo que entiendo por el día y la noche en la vida de san José.
El día es ese momento en que al tomar esposa queda manifiesta la luz de su justicia, pues, dice la Escritura: Casa y riquezas las dan los padres: pero, esposa, el Señor solamente.
Y si tal es la esposa ¿cómo no ver la justicia del santo? ¿Cómo no ver su rostro iluminado si el Señor Dios nos lo muestra no sólo radioso y en sí mismo sino también en esa claridad de la Virgen que es espejo de justicia? Pero la justicia que resplandece en el día es probada en las tinieblas de la noche.
Y así, la prueba de su justicia, la prueba de su humildad, de su limpieza de corazón, de su temor y reverencia, de su fe y su fidelidad, la tenemos en esa lucha de su alma cuando por confusión de sí mismo se determinó a dejar a la Madre de Dios, y sólo por obediencia al ángel entró en aquel misterio que Dios daba a su Casa.
11
Y, naturalmente, que los sentimientos de san José en este caso están tan extraordinariamente lejos de todo cuanto nosotros estamos habituados a pensar y sentir en nuestra vida, aun en los momentos de mayor lucidez y humildad de nuestra vida, que, la luz de este día y las angustias de su noche nos parecen, no algo intenso y grande sino como cosas de nonada, y poco menos que incomprensibles:
porque en fin, en fin, ¿qué sabemos nosotros de lo que es realmente el temor de Dios y el amor puro y desnudo de Dios y la proximidad terrible y gloriosa de sus misterios?
Y así, difícil nos resulta leer con sencillez el relato que hace de estas cosas el sagrado Evangelio, y en esas palabras perfectamente limpias que tal como suenan parece que podrían ser leídas por lo menos literalmente, ponemos (y muchos han puesto) yo no sé qué drama complicado de tentación y sospechas, como si el santo hubiera dudado de la pureza de la Virgen y hubiera triunfado luego de esa duda, o como si sólo hubiera conocido el misterio de la Encarnación por la revelación del ángel en sueños, (siendo así que el ángel no le revela nada, y, solamente sobre lo que ya ha entendido, le quita el temor y le dice lo que ha de hacer).
En esa lectura del Evangelio, en esa lectura triste y complicada (y en las traducciones del sagrado texto que la suponen) se razona con un grosero olvido
de las dos condiciones esenciales del alma de san José, es decir, de lo que significa para él como espectación espiritual el ser Hijo de David, y de lo que es posible y no posible en un caso de completa limpieza de alma que es lo propio del varón justo.
Creedme, todo eso es absurdo. Si san José era Hijo de David y si san José era justo, (y esto Dios mismo nos lo dice) como Hijo de David esperaba misterios, y como justo su tentación no podía ser una tentación de hombre no purificado.
No hubo tentación en san José: hubo agonía, hubo una lucha de su alma, hubo dolor. O si se quiere, fue tentado el Patriarca pero como fue tentado Abraham nuestro padre, es decir, en la fe y la obediencia y la absoluta negación de sí. Y su determinación de dejar a la Virgen es lo que rigurosamente podía esperarse
de la santidad de su alma, pues es un acto de anonadamiento, un acto espiritual, un movimiento comparable a aquél del grito de san Pedro cuando dice al Señor:
-¡Apártate de mí, Señor, que soy pecador!
12
Y así, pues, si es relativamente fácil indicar aquellos misterios de los 40 años: es decir, el despojo y desnudez del santo y las gracias de la Pasión de Cristo con que luego lo reviste el Señor, difícil resulta comprender la luz tan clara de este día y las apretadas tinieblas y dolor de su noche, y, dificilísimo, dar alguna idea de lo que sigue a esto: es decir, de su ministerio con el Hijo de Dios, de la conversación y trato de su vida como Patriarca que lleva de la mano al Niño: de eso que me he atrevido a llamar los tres viajes.
Y TRES VIAJES
1
Diré lo que pueda aunque confieso que no entiende estos viajes sino quien acompaña en ellos al santo, y que lo difícil de su declaración no está en su itinerario,
ni en los puntos de partida y llegada (que de eso la fe ya nos ha instruido a todos)
sino en el camino por donde es preciso ir.
Pues el primer viaje es de completa humillación y anonadamiento.
Y corresponde a la vía purgativa.
Y el segundo viaje es una gran prueba (la prueba del desierto y la noche),
y corresponde a la vía iluminativa.
Y en el tercero está la virtud de Dios en el aniquilamiento completo de la criatura, según son dadas estas cosas en la vía unitiva.
El primer viaje es de Nazareth a Bethleem; el segundo, lo que llamamos la huida a Egipto; y el tercero cuando el santo sube a Jerusalem para sacrificar la Pascua.
En los tres camina san José como cabeza de familia: quiero decir que no son viajes del Hijo de David o del justo solamente, sino viajes (o gracias, o crecimientos) manifestaciones sobre todo, del Patriarca.
Y en los tres viajes va por obediencia (naturalmente), pero hay en ellos como una cierta progresión.
Y así en el primero, obedece a los hombres y va con todos; y en el segundo,
obedece al ángel del Señor y sale de noche; y en el tercero, obedece a Dios y sube a Jerusalem.
Y estos viajes son dolorosos y gozosos a la vez y con diferentes peligros, y así el primero es con peligro de honra; y el segundo con peligro de muerte; y el tercero
con peligro de perder su alma.
Y, como ocurre comúnmente en los misterios de Dios, probado el santo en su honra, Dios le restituye la herencia, y probado en la muerte Dios lo establece en tierra de Israel (que es tierra de visión), y probado tres días en la separación de su alma, el Señor desciende con él y le da nueva vida.
2
He aquí el primer viaje. En aquellos días emanó del César un decreto para que todo el orbe fuese empadronado. Y se encaminaban todos a empadronarse, cada uno a su propia ciudad. Y así subió también José, de Galilea, desde la ciudad de Nazareth, a la Judea, a la ciudad de David, que se llama Bethleem, por ser él de la Casa y línea paterna de David.
Va, pues, para obedecer al César y sale con todos a cumplir esta obediencia,
y le obliga a este viaje su nombre, su nombre de Hijo de David que es la verdad primera de su vida y lo que determina siempre todo en los actos de san José.
Y va a la ciudad de David, con María, su esposa, pero el motivo del viaje no puede ser más humillante, pues, aunque va por razón de su nombre, va a hacer un acto que es en cierto modo como la renuncia y negación de su nombre, pues va a ser empadronado y capitado, es decir, numerado y contado como esclavo para que el César cobre luego un impuesto sobre su cabeza y su Casa.
Y va con todos, pero, allí, en Bethleem, en la ciudad de David, su padre,
ya no está con todos sino solo, pues no hay lugar para él en la posada. Porque por más Hijo de David que sea san José, san José era un pobre) y, cuando un hombre es realmente pobre no se ha oído nunca que haya encontrado lugar en ningún lado.
Ni en su pueblo, ni en su patria y ni en su propia casa.
3
Llega, pues, a Bethleem y, como Dios es fiel en sus promesas, ved ahí que en la ciudad de David restituye el Señor al príncipe la herencia, y el nacimiento de Cristo
y todos aquellos misterios admirables de la Noche Buena, vienen a poner en los brazos del Patriarca gloria et divitiae, es decir, toda la riqueza y todo el bien que es posible tener en este mundo.
4
Pero notad que el término de este viaje, sobre la paz del cielo y el himno de los ángeles y el gozo de los pobres, no está en Bethleem mismo sino en Jerusalem.
Y es cuando los padres llevan al Niño al Templo para presentarlo al Señor,
y quedan allí admirados, pues, con entera prescindencia de aquel rito que ellos iban a cumplir, el anciano Simeón y Ana, profetizan, y teniendo en sus brazos al Niño
revelan públicamente los misterios que ya llegan de nuestra redención.
5
De Nazareth a Bethleem por obediencia: y de Bethleem al Templo por perfección de obediencia sin duda que este es el viaje real del Patriarca, pues lo emprende por razón de su nombre real, y va a la ciudad de David, el rey, y allí recibe al Rey de Dios prometido, al Hijo de David, Rey de los cielos.
Mas para san José todo esto es como el coronamiento de su perfecta obediencia y de su completa humillación, pues no tenía otra cosa san José en este mundo que ese nombre suyo de Hijo de David, y el censo es el acto que viene como a privarlo de lo único que tenía, poniéndolo al nivel de todos, y más bajo que todos – entre los esclavos, con este agravio, además, que no solamente el mandato del César lo reduce a nada, sino que aun los suyos parece como que lo arrojan, pues para él no hay lugar y tiene que ir a arrinconarse en un refugio de animales.
Y en esa completa humillación y entero desprecio de la vía purgativa, es cuando, sometido a todos y despreciado por todos, san José recibe a Cristo, nuestra herencia: y en compañía de unos pobres animales (de un asno y de un buey), oye el himno de los ángeles, adora al Cristo de Dios, ve las milicias del cielo y lo saludan los pobres.
Este es, pues, el fin de la vía purgativa: la paz, la paz que es abundancia de todo bien, la paz que es restitución de la herencia, la paz que es Cristo que nace.
6
El segundo viaje tiene por fin salvar la vida de Cristo nacido.
Aquí el santo obedece al ángel del Señor y se levanta de noche, y toma al Niño y a su Madre, y se retira a Egipto.
Este ViaJe está lleno de misterios porque la venida de Cristo cumple figuras y profecías que estaban esperándole, y que a su vez prefiguran misterios interiores
propios del alma que adelanta en la vida espiritual y se levanta de noche, y entra en el desierto, y se retira a Egipto (que quiere decir: tinieblas).
7
Nos dice el Evangelio que luego que los Magos se partieron, un ángel del Señor se le apareció a José, en sueños, diciéndole: -Levántate, toma al Niño y a su Madre,
y huye a Egipto: y estate allí hasta que yo te lo diga: porque Herodes ha de buscar al Niño para acabar con él.
Él, levantándose, tomó al Niño y a su Madre, de noche, y se retiró a Egipto:
y estaba allí hasta el fallecimiento de Herodes. Pues este Herodes (cuyo nombre se interpreta jactancioso y piloso) obra en figura del hombre bestial y soberbio, y busca la vida del Niño destruyendo toda vida de Dios que haya podido nacer en las almas.
Y sólo por esa permanencia en las tinieblas de la negación de sí, en ese lugar del cautiverio y de la inmolación de la primera pascua, puede salvarse la vida de Cristo y volver el alma de nuevo a la tierra prometida, cuando, fenecido Herodes,
el ángel del Señor se aparece al Patriarca en Egipto y le dice: -Levántate, toma al Niño y a su Madre y encamínate a tierra de Israel: porque han muerto los que buscaban la vida del Niño.
Así, pues, se salva en el alma la vida de Cristo nacido: haciendo con san José la peregrinación de Jacob y el éxodo de Israel de Egipto, y padeciendo esos misterios del desierto, y la noche, y las tinieblas, hasta que el ángel ordena volver a: tierra de Israel, es decir, a la tierra de la visión, pues Israel quiere decir: el que ve a Dios.
8
Mas, el término de este viaje no es solamente volver a la Judea, pues, advertido José
por revelación en sueños, no fue a la Judea sino que se retiró a las partes de Galilea.
Judea quiere decir, confesión, y significa la fe obscura.
Galilea se interpreta, revelación, y ved ahí que en esta vía la noche se ilumina para el contemplativo y la fe, sin dejar de ser obscura, se llena de inteligencia.
¡Admirable camino, admirables misterios! Va el alma de noche y con peligro de muerte porque buscan la vida del Niño nacido. Va por el desierto y tiene que detenerse en Egipto, donde José guarda el pan y donde por primera vez el pueblo de Israel inmola el Cordero.
Y cuando vuelve de este viaje con que Dios prueba su fe y su fidelidad, se establece en las partes de Galilea, es decir, en la revelación, y se avecina en Nazareth – pues la contemplación perfecta hace florecer el alma y produce, por sí misma, una admirable soledad y apartamiento.
Bien puede, pues, este segundo viaje del Patriarca llamarse el viaje profético,
ya que en él se cumplen aquellas figuras de la vida espiritual que los antiguos Patriarcas al descender a Egipto y luego el éxodo de Israel de Egipto con sus cuarenta y dos mansiones en el desierto, anunciaron.
9
Y ahora, notemos el tercer víaje. El primero da el señorío; el segundo, la visión.
¿Puede haber algo más para el hombre que tener a Cristo nacido y ser el mismo Israel, es decir, el hombre que ve a Dios, el hombre príncipe con Dios?
Hay algo más, porque el Hijo se ha hecho hombre para que el hombre se haga Dios, y así, el término del señorío y la iluminación no es dejar al hombre en sí mismo
sino hacerlo uno con Dios y Dios por participación.
El Patriarca sube ahora de Nazareth a Jerusalem para celebrar la Pascua. Va con María, su esposa, y con el Niño, pero el Niño ya no es recién nacido. Ha crecido en edad, y en sabiduría, y en gracia, y ha llegado a ser de doce años. Llegan, pues, a
Jerusalem, y asisten al Templo, y comen del sacrificio del Cordero.
Pero como José es justo y María la justicia misma, aquel rito de la Pascua no queda en ellos vacío. Dios le da algo así como la virtud y gracia de ese rito pues, al volverse ellos de Jerusalem, encuentran que han perdido al Niño Jesús.
10
Esta pérdida del Niño es para san José y la Virgen como la realidad de aquel rito de la Pascua que acaban de inmolar.
En la privación y desamparo de Dios ellos pueden decir, buscando al Niño,
como decimos nosotros los cristianos, cada año: -Cristo, nuestra Pascua, ha sido inmolado.
Le buscaron camino de un día y al cabo de tres días lo hallaron. Pero en esa pasión de un día y en esa muerte de tres, san José y la Virgen padecieron un dolor
no humano solamente, sino dado por Dios, es decir, un pregusto del misterio de la Cruz.
Y por eso este viaje es el viaje sacerdotal. Porque aquí san José sacrifica el Cordero, y él y la Virgen y el Niño comen de este Sacrificio, y de una manera altísima y enteramente espiritual participando ellos de la inmolación figurativa con la pérdida del Niño ellos mismos vienen a ser como inmolados.
Y así el camino de este viaje es un camino sin camino. De nada sirve aquí correr, ni querer; el que busca no sabe a dónde va. Va, pero a todas partes o a ninguna: este camino es un punto, un ir sin ir hasta que Dios hace misericordia y por su misma ausencia y pérdida la criatura es reformada y deificada.
11
Anduvieron camino de un día, nos dice el Evangelio, y, no habiéndolo hallado, se
se volvieron a Jerusalém buscándole.
Y sucedió al cabo de tres días que lo hallaron en el Templo, sentado, en medio de los doctores.
Es ésta la primera vez que el Evangelio nos muestra a Cristo sentado, es decir, en actitud de enseñar. ¿Qué irá a decir?
La Virgen le dice: -Hijo, ¿por qué has hecho así con nosotros? Mira cómo tu padre y yo angustiados te buscábamos …
Y el Niño: -¿Qué razón había para que me buscaseis?
Y respondiendo directamente a ese tu padre de las palabras de la Virgen, le dice: -¿No sabíais que en las cosas de mi Padre a mí me corresponde estar?
Enorme revelación. Esta es la primera· palabra de Cristo, su primera enseñanza: la revelación del Padre. Es la primera – y la última, y la única.
Y todo el evangelio no será sino eso: dar a conocer al Padre.
Y toda la pasión no será sino eso: obedecer al Padre, enseñar a ir al Padre.
Y cuando expire en la cruz, dirá: -Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu,
y consumará así, con esa última palabra de su sacrificio, esta primera palabra suya de niño de doce años.
Jesús está en el Padre. Su respuesta a la Virgen destruye todo el sentido humano de ese nombre de padre dado a san José, y este misterio es como la primera llamarada que revela la vida íntima de Dios.
Dice el Evangelio que ellos no entendieron la palabra: pues en la vía unitiva no se trata de entender sino de recibir y guardar. Y dice luego que el Niño descendió con ellos, y vino a Nazareth, y les estaba sujeto.
¡Admirable unión con Dios! Dios está sujeto a la criatura. El cuchillo sacerdotal, el cuchillo del sacrificador de tal manera ha inmolado la voluntad caída,
que ya no hay dos voluntades, sino una, la de Dios, y así, es lo mismo decir que Dios está sujeto al hombre o que el hombre está sujeto a Dios.
Revelado el Padre, mi alimento es Cristo y yo soy alimento de Cristo: Yo en Cristo y Cristo en mí: como Cristo en el Padre y el Padre en Cristo.
La perfección del amor excede al entendimiento. La palabra puede no ser entendida con tal que sea guardada: con tal que sea guardada por María, y guardada en el corazón. Descendió, pues, con ellos, y vino a Nazareth.
¿Qué hará ahora san José en Nazareth? Lo que ha hecho siempre. Callar, obedecer,
buscar el pan de cada día. La vida de san José es toda ella, exteriormente,
una vida común.
Dios reveló a su Hijo a san Juan Bautista para que lo señalara con el dedo,
y a san Pablo para que lo predicara a todas las naciones. Esos santos fueron enviados, tuvieron una misión, la vida de ellos fue una vida pública.
Pero a san José Dios le reveló su Hijo para que lo ocultara y guardara.
Aquellos santos predican, éste calla: aquéllos luchan, éste crece.
San José crece siempre…
12
[Qué gran santo! Por fuera, en la obediencia de las ocupaciones diarias su vida es idéntica a la nuestra. Pero por dentro, en su alma, su vida es un abismo, es un inmenso océano.
Si un hombre quisiera recoger el mar y llevarlo en el hueco de sus manos,
¿no sería ciertamente un necio? Pero si un hombre recoge uno de esos caracoles
que algunas tormentas suelen arrojar a la playa, ¿no tiene consigo algo del mar,
y no puede oír, aplicándolo al oído, algo así como el rumor de las olas?
Ciertamente: La vida de san José es la vida de san José. Lo que fue esa vida en sí misma, yo no lo sé, creo que nadie puede saberlo, espero que lo sabremos todos en la visión de Dios. Pero, de lo que yo sé, es decir, de lo que enseña la Iglesia, de lo que de ella recibo y puedo yo llevar, ved ahí que he querido hacer esta tarde algo así como el caracol marino, y, con ese esquema o artificio de los 40 años, y el día, y la noche, y los tres viajes, he intentado algo como una espiral, algo que por su disposición misma va siempre como desenvolviéndose, y que, puesto en el oído,
nos da las voces de un mar – inmenso, que no vemos, que solamente lo percibe el oído, que lo creemos lejos y está muy cerca de nosotros.
Prope est. Está cerca.
EPÍLOGO
Esther de Cáceres – Clotilde Barbé
Día de la festividad de San José, 1963
+
Pax a Dimas Antuña
Muy estimado en Cristo: Anoche, preparándonos para la fiesta de hoy, leímos con un grupo íntimo de cristianos su precioso libro sobre San José. A todos conmovió la verdad esplendorosa del texto; ¡el más profundo y original que hemos conocido sobre el tema! ¡El que más ahonda en el gran misterio y el que más aborda con unos medios estilísticos adecuados y valiosísimos en sí mismos.
Hemos quedado soñando en la reedición, y desde ya rezamos para poder realizarla.
Gracias, querido amigo, por esta dádiva. Saludos para su esposa y para Ud. Nuestra oración los acompañará siempre
Clotilde Barbé Esther de Cáceres +
[1] Comentario del Prof. Eilhard Schlesinger sobre el libro de Dimas Antuña LA VIDA DE SAN JOSÉ (Ediciones San Rafael, Buenos Aires 1941) publicada en Ortodoxia, Revista de los Cursos de Cultura Católica Nº 1 pp. 161-164. Sección: Bibliografía
[2] Eilhard Schlesinger (* 28-12-1909 en Klausenburg; † 13-08-1968 en Elz in Hessen) Profesor alemán de Filología clásica. Hijo del Prof. de Matemáticas Ludwig Schlesinger (1864–1933), Creció hasta 1911 en Gießen. Allí cursó el Landgraf-Ludwigs-Gymnasium.
Estudió desde 1928 Filosofía e Historia Clásica en la Ludwigs-Universität. Durante tres semestres en la Univ. de Berlín frecuentó las cátedras de Werner Jaeger, Ludwig Deubner y Eduard Norden. En Gießen se formó en particular con Karl Kalbfleisch y Rudolf Herzog, con el que fue promovido en 1933. Poco después rindió su examen y fue a Marburg, donde ingresó en el Gymnasium Philippinum.
En la época del Nacionalsocialismo fue clasificado como no ario y excluido del acceso a la enseñanza superior debido a su origen judío. Hacia el final de la década de 1930 emigró a Argentina. Desde 1938 fue Prof. adjunto de Filología Clásica en la Univ. de Buenos Aires. En 1944 pasó a la Univ. de Tucumán, desde allí a la de La Plata, y volvió a Buenos Aires en 1960. Volvió a Alemania y en 1966 obtuvo una cátedra honoraria en la Univ. de Mainz, donde se radicó con su familia. En 1968 falleció con toda su familia en accidente de auto cerca de Elz (Westerwald).
En sus enseñanzas e investigaciones Schlesinger se centró en la Filosofía griega, en particular en Platón y Aristóteles, así como en la poesía griega antigua (Hesíodo y Píndaro). Fueron pocas sus publicaciones durante su vida en Argentina. Las principales fueron traducciones al castellano de obras de Sófocles y de la Poética de Aristóteles. En sus últimos años en Alemania, publicó numerosas conferencias y artículos, especialmente sobre Píndaro y sobre la Tragedia Griega.