Vida de San José Reseña del Prof. Eilhard Schlesinger

Ortodoxia, Revista de los Cursos de Cultura Católica Nº 1 pp. 161-164

Sección: Bibliografía

LA VIDA DE SAN JOSÉ, por Dimas Antuña. Ediciones San Rafael, Buenos Aires 1941

Esta conferencia sobre san José, pronunciada por el autor en La Fraternidad de la Asunción, el día 9 de junio de 1940, difiere mucho de las cosas que comúnmente se leen sobre el Patriarca. La vida de  un santo no puede ser un simple tema del género literario de la biografía, pues semejante biografía, que puede escribir hasta un ateo, vendría a presentarnos esa vida precisamente en los aspectos que menos interesan. La biografía de un santo debe ser la ilustración de la palabra del Salmo: Mirabilis Deus in sanctis suis, es decir que debe mostrar los misterios de Dios que se revelan en el santo, y vistos con los ojos de la fe. Así en la vida de San José, un biógrafo común, por ejemplo, y aunque sea creyente, llega pronto a la conclusión de que es muy escaso el material aprovechable, y falto de datos positivos y a fin de dar entero cumplimiento a las reglas del género,  llena los vacíos con inducciones de su imaginación o con afirmaciones más o menos plausibles o edificantes. En el libo de Dimas Antuña que comentamos, el pensamiento va por otro camino; no se trata de una biografía precisamente, sino de la inteligencia que procura a un cristiano contemplar los misterios de la vida del Patriarca en función de la parte importantísima que tuvo san José en la economía de la Encarnación. Anteriores escritos del autor atestiguan en él esta preocupación espiritual; de éstos debemos señalar especialmente su libro El que crece (París, 1929) porque él constituye en cierto modo la base de la presente obra.

En El que crece Antuña consideraba el misterio del patrocinio de San José sobre la Iglesia universal, guiado principalmente por el oficio divino de la festividad, y allí al comparar a san José con san Juan Bautista y estudiar paralelamente a estos dos grandes santos, que en su relación íntima y directa con el misterio de la Encarnación no se oponen, pero no coinciden, descubrió la esencia de la santidad del Patriarca. Ambos santos son el cumplimiento de diferentes figuras de la Antigua Alianza, ambos tienen un  ministerio propio en la Encarnación y en la vida del Verbo Encarnado, y a ambos finalmente, y como consecuencia de lo anterior, les corresponde una misión peculiar en la Iglesia, es decir, en el Cuerpo místico, continuación y complemento de la Encarnación. San Juan Bautista, voz del Verbo,  como lo llama san Agustín, es la plenitud de los profetas y más que profeta, porque no anuncia solamente lo que ha de venir, sino que lo señala con el dedo; manifiesta al Verbo públicamente y sufre luego el martirio. San José, en cambio, es la plenitud de los patriarcas y el Patriarca por excelencia, pues no trasmite la esperanza de Israel, sino que la lleva en sus brazos y la guarda. Así, san Juan Bautista viene a ser la figura del apostolado de la Iglesia y le corresponden, en la historia de la Iglesia, los siete años de grande hartura; mientras que san José es la más perfecta expresión de la vida oculta, de la vida de negación espiritual contemplativa y, en  su silencio, guarda el pan para los siete años de hambre.

Esta inteligencia, ahondada y llevada a mayor madurez en el transcurso de los años (El que crece es un  libro de juventud), le ha permitido a Antuña darnos en La Vida de san José un croquis – dice él – que manifiesta al santo con una claridad y una sencillez maravillosas. En él aparece san José como el prototipo de la vida espiritual cristiana, tal como la describen, por ejemplo, santa Teresa o san Juan de la Cruz. La firmeza del dibujo y la armonía de sus partes revelan una gran unidad de concepción. Los datos positivos, es decir, lo que la fe nos enseña sobre la vida de san José, permiten distinguir dos partes principales en ella: una es su vida hasta la Encarnación; la otra su ministerio como Patriarca y cabeza de la Sagrada Familia. Cada una de estas partes se compone de tres elementos; la primera comprende, 40 años de apartamiento en Nazareth, el día de los Desposorios y su noche, es decir, la agonía del santo cuando creyó que debía dejar a la Virgen; la segunda está formada por tres viajes. Y en efecto, el Evangelio atestigua tres viajes de San José: el primero de Nazareth a Belén, para empadronarse, y de allí a Jerusalén, para la presentación del (p. 163) Niño. Es el viaje real; el autor expone luminosamente ahí una cosa que está a la vista de todos pero que generalmente no se ve: queremos decir,  la realeza, la condición davídica de San José. El segundo viaje es la huida a Egipto, llamado el viaje profético, por los misterios que en él se cumplen y en él a su vez se prefiguran. Y, el tercero, la subida a Jerusalén para inmolar la Pascua, viaje que el dolor de los tres días, por la pérdida del Niño y las palabras del Niño a la Madre al hallarlo en el Templo, hacen que sea llamado el viaje sacerdotal, por la inmolación y perfecta unión con Dios que estos actos se descubre. Estos viajes presentan los estados del camino espiritual en sus tres vías purgativa, iluminativa y unitiva. Pero es interesante advertir que también los tres elementos de que se compone la primera parte de la vida del santo (el apartamiento de Nazareth, los Desposorios y la agonía) tienen relación con estos tres estados espirituales y con los tres viajes, de manera que todo este libro está concebido algo así como una espiral que va desenvolviéndose y reitera, en diferentes alturas y cada vez con mayor amplitud, un mismo ritmo ternario.

De las dos afirmaciones de la Escritura que atestiguan para siempre la grandeza de san José: varón de la casa y familia de David y justo, se ve que el autor concede prioridad a la primera, al Nombre, a lo que el santo es. San José es Hijo de David. Pero lo es plenamente, sin restricciones. Por el nombre y la sangre en espíritu y en verdad. Es Hijo de David como nosotros somos cristianos, es decir, que está en el misterio espiritual de David y espera, como nosotros esperamos las promesas de Cristo. La justicia viene luego, y expresa su perfección moral, pero es perfección moral de un hombre que tiene conciencia davídica, es decir, que es una participación del vituperio de Cristo. Finalmente estos dos conceptos llevan al autor a una lectura del Evangelio en la cual la determinación del santo de apartarse de la Virgen, lo que se llama comúnmente la tentación del Patriarca, es un acto específicamente espiritual, ajeno a sugestiones bajas, y determinado a la vez  por su justicia y por su conciencia davídica. No es una duda, dice, es una agonía.

La precisión y sencillez de expresión que el autor ha logrado en esta obra, ponen La vida de San José al alcance de todos. Si su contenido invita a meditar los admirables juicios y profundos misterios de Dios en sus santos, la claridad de su prosa (realzada por una impresión muy nítida) y el equilibrio de la composición, hacen que esa meditación se produzca sin esfuerzo y dentro del deleite4 que proporciona el comercio de toda obra de arte.

EILHARD SCHLESINGER

Nota sobre el reseñista

Eilhard Schlesinger (* 28-12-1909 en Klausenburg; † 13-08-1968 en Elz in Hessen)

Profesor alemán de Filología clásica. Hijo del Prof. de Matemáticas Ludwig Schlesinger (1864–1933), Creció hasta 1911 en Gießen. Allí cursó el Landgraf-Ludwigs-Gymnasium. Estudió desde 1928 Filosofía e Historia Clásica en la Ludwigs-Universität. Durante tres semestres en la Univ. de Berlín frecuentó las cátedras de Werner Jaeger, Ludwig Deubner y Eduard Norden. En Gießen se formó en particular con Karl Kalbfleisch y Rudolf Herzog, con el que fue promovido en 1933. Poco después rindió su examen y fue a Marburg, donde ingresó en el Gymnasium Philippinum.

En la época del Nacionalsocialismo fue clasificado como no ario y excluido del acceso a la enseñanza superior debido a su origen judío. Hacia el final de la década de 1930 emigró a Argentina. Desde 1938 fue Prof. adjunto de Filología Clásica en la Univ. de Buenos Aires. En 1944 pasó a la Univ. de Tucumán, desde allí a la de La Plata, y volvió a Buenos Aires en 1960. Volvió a Alemania y en 1966 obtuvo una cátedra honoraria en la Univ. de Mainz, donde se radicó con su familia. En 1968 falleció con toda su familia en accidente de auto cerca de Elz (Westerwald).

En sus enseñanzas e investigaciones Schlesinger se centró en la Filosofía griega, en  particular en  Platón y Aristóteles, así como en la poesía griega antigua (Hesíodo y Píndaro). Fueron pocas sus publicaciones durante su vida en Argentina. Las principales fueron traducciones  al castellano de obras de Sófocles y de la Poética de Aristóteles. En sus últimos años en Alemania, publicó numerosas conferencias y artículos, especialmente sobre Píndaro y sobre la Tragedia Griega.

SEÑORES:

AGRADEZCO    a  la   Reverenda Madre  Superiora

La  invitación  que  me  ha  hecho

Para  dirigiros  la  palabra.

Voy   a  hablaros  invitado  por  ella

y  el  tema   de  mi  conferencia será   LA  VIDA   DE   SAN    JOSÉ.

Este   tema   os  parecerá  un  poco   extraño.

Se  comprende  que  la  vida   de  san José.

pueda  ser   objeto  de  un  sermón,   de  una  homilía,

de  una  meditación piadosa,

Es  decir,   un  tema   ele   predicación

Reservado por su  naturaleza  misma   al  sacerdote.

Un  simple  fiel,

¿qué   puede  decir  de  san   José?

Ha  habido  santos,   por  ejemplo,

un  san  Pablo  o  un   san  Juan  Bautista,

de  los  cuales   parece  que   cualquiera

podría  decir  una   palabra  con   acierto.

San   Pablo  viajó,   escribió,   predicó,

influyó  en  las  ideas  de  su   tiempo;

tuvo   discusiones  doctrinales   con   los  judíos,

los  paganos  y aun los  propios  cristianos …

Y  por su  lado  san  Juan Bautista

es  el  autor  de  aquel   bautismo  de  penitencia predicado  a  todo   el  pueblo

el  cual   le  atrajo  terribles   luchas con  las  autoridades  de  su   época.

Los  dos  san tos  tu vieron   eso  que   se  llama

vida  pública.   Y  así,

sin  entrar   en  la  santidad   misma  de  ellos, sin  entrar  en  el  secreto  de  sus  almas,   que,

para san  Pablo   está,   todo   él, en  el misterio del  rapto,

y  para  san  Juan Bautista  en  aquel  hecho

le  haber  estado  en  el  desierto

hasta   el  día  de  su   manifestación  a  Israel, sus  ideas,  sus  actos,  sus  luchas,

pueden ser   motivo  de  un  estudio  histórico y en  cierto  modo   profano.

Esos santos  fueron enviados.

Tuvieron  una  misión.

Pero  el  caso  de  san  José  es  muy  diferente.

2

Y,  para   empezar,   ele   san  José   no  tenernos

ni  una  sola   palabra  en  la  Escritura.

San  José  no  tuvo  ninguna  acción visible

en  los  acontecimientos  de  su   época.

No  tuvo  que   afrontar   al  rey  Herodes

como  san  Juan  Bautista,

ni  se  presentó  a  los  hombres  con  una  palabra nueva

como  san   Pablo.

No  tenernos  nada   que   hacer  con   él

ni en el  orden  político

ni en  el dominio de  las  ideas.

Su   vida  está  completamente  fuera

de  eso  que   se  llama   la  vida  pública;

fué   una vida  como  la  nuestra,

una  vida  privada.

San  José   tuvo  que   soportar  el  orden  exterior  del  mundo

y;  dentro de  ese  orden,  justo  o  injusto,

no  hizo  otra  cosa  sino  callar,   obedecer,

y  buscar  el  pan de  cada  día.

3

Ahora  bien,  si  en  la  vida  privada ele  este  hombre

hay  algo  más,

ese  algo  más  es de  un  orden  enteramente  espiritual.

Es, como  nuestra  vida   religiosa,

un  secreto   del  alma;

algo  que  pasa  en  lo  escondido,

lejos  ele  la  mirada ele  los  hombres.

La  vida  exterior  ele  san  José,  pues,

pertenece  a  lo  que   se  llama   la  vida   privada,

y el misterio que  pueda haber en  esa vida

es  algo  religioso,   algo  invisible,

algo  que   pasa  delante  del  Padre

y que  corresponde  a  lo  que  se  llama   la  vicia  oculta.

4

Y   esta   semejanza   entre   la   vicia  ele   san   José

y  nuestra  vida,

es  lo  que  me  alienta  a  hablaros  del  santo.

¿No  somos todos personas privadas?

Ciertamente  que   no  estamos  constituidos   en  dignidad.

Nos  movemos   fuera  de  toda   actuación.

No  pertenecemos  al  número  ele  los  que   mandan

ni  al  número  de  los  que   enseñan:

somos mandados  y – somos  enseñados

y no  tenemos otra  cosa  que  hacer,  cada  día,

sino  callar   y  obedecer,

buscar el sustento

y  padecer  todas   las  leyes

divinas,  humanas,   justas   o  injustas,

que  quieran ponernos  sobre  el  hombro.

Y si  hay  algo  más  en  nuestra  vida,

eso  no  deriva  de  nuestra posición   social  exterior.

Ni de  nuestros  estudios

que   no  hemos  hecho,

ni  de nuestra  capacidad  intelectual,

aunque la tengamos,

sino  de  nuestra  situación   interior.

Proviene  de que somos  cristianos.

Proviene  de  nuestro  bautismo,

de  la confirmación,  de  la  eucaristía,

de  la  penitencia:

en  una  palabra,   proviene  ele   la  vida  divina

que  Dios  nos  comunica  por su   Hijo

y del  hecho   que,   espiritualmente,

pertenecemos  a  ese  cuerpo divino  y   humano  ele  la  Iglesia

que  está  animado  por el  Espíritu  ele  Dios.

5

Esta  doble   condición,

ser obreros  y ser  cristianos,

y  este  hecho   felicísimo

de  movernos  en  la   vida   privada

y  tener una   vida   oculta   en  Dios   con   Cristo,

creo  que   nos  da  ojos

y acaso  nos  permita ver  algo

en  la  vida  de  san  José.

Pero  como  dispongo  de  poco  tiempo

abreviaré  cuanto tengo que deciros

en  algo así como un dibujo o un croquis.

Cualquier  obrero  que   conoce  su   oficio

ve  con claridad  lo que  se le pide que  haga,

supongamos que un mueble, una  silla,

en  el croquis que se le presenta.

Las  patas,  el  asiento,  el  respaldo,   etc.

y la correlación  de  las  partes,

y el  material  y la  solidez  requerida,

todo  eso lo  ve  rápidamente  en  cuatro  rayas

porque  lo mira, no con  los ojos  de la cara

y como está  en el  papel,

sino con la  experiencia práctica

de  quien conoce la forma, los  materiales,

el  destino  del mueble.

Y  lo  mismo   aquí:

yo  voy a  claros  el  croquis,  el  esquema

de la vida de san José, y,

vuestra atención y vuestra experiencia,

como  hombres  ele   trabajo

que   saben  lo  que  es ganar  el  pan   ele  cada  día,

y como  cristianos

que   saben   qué  es  vida  ele  oración  y  unión  con  Dios,

os  dará  alguna inteligencia

de  lo que fué aquel santo.

6

Y el  esquema  que  os propongo de  la  vida  de  san  José

es éste:

Cuarenta años,

un día,  una  noche,

y  tres  viajes.

Sí,   cuarenta   años   de   apartamiento  en  Nazareth.

Un día,  un día  luminoso:

la  mañana  ele  los  Desposorios —

y  su   noche:

aquella  agonía   del  Patriarca

cuando  creyó  que  debía   dejar  a  la  Virgen.

Y   tres  viajes:

el  viaje  real,  el  viaje  profético  y  el  Viaje

sacerdotal.

Una vez que  declare  cada  uno de  estos  puntos

vosotros  podréis  ver   la  vida  del  santo

de  un  modo   imperfecto,   naturalmente,

pero   con   alguna  claridad,

y sobre  todo

con  esa  claridad  que   es  propia  de  un  plano   o  de  un  croquis,

es decir,  percibiendo  bien la  proporción

y aquella unidad  que   parece  como   que   brota

de  la  economía  de  todas  las  partes.

CUARENTA    AÑOS

1

En   aquel   tiempo

(digamos  que   el  año  40  antes  de  Cristo)

un hombre de la casa y familia de David

llamado Jacob, engendró  un hijo.

Nació  el   niño,  y,

cuando  se   cumplieron  los   ocho  días,

conforme a la ley de Moisés fué circuncidado

y le  pusieron el  nombre de José.

En  la  Antigua  Ley  la  circuncisión

era un acto  en cierto modo sacramental.

Por  este rito el niño nacido

renunciaba  a  la  vida   profana

y entraba  en  alianza  con  Dios.

La  circuncisión quitaba  al  niño judío

la  inmundicia  de  la  carne

y  le  daba un nombre entre los  hijos de Israel.

A  san  José,  pues,  lo  circuncidaron,

y  le  pusieron José,

un nombre muy antiguo,

pues el primero que lo llevó fué aquel Patriarca,

aquel antiguo José, el de Egipto, hijo de Raquel,

y fué  llamado así

porque  su madre al tenerlo exclamó:

Quitó  Dios, Añádame  el  Señor.

José,  pues,   quiere decir:   Quitó,   añadió, y  por eso  este   nombre  se   traduce  por aumento   o  crecimiento,

y es  tanto como  decir:  el que crece,

o Hijo  que  crece, o

Hijo   a  quien  Dios  hace  crecer.

San  José,  pues, hijo de Abraham

como todos los judíos

y, como hijo de Abraham, circuncidado,

entra en la alianza con Dios

y  recibe un nombre que quiere decir en  Israel:

Quitó  Dios, Añádame el Señor.

2

Pero él no es solamente hijo de Abraham

como todos los judíos,

sino que también es Hijo de David.

San  José pertenece a la casa y familia de  David,

desciende en línea recta del Rey,

es el heredero de muchos  Reyes,

y este  hecho,  civil  y religioso,

exterior e interior,

es la razón de ser de toda su  vida.

No  sería  él  quién es

si no  fuera  Hijo de David.

3

Y  ¿quién  era  David?

Ya  lo  sabéis.

Todas las promesas que Dios había hecho a  Abraham

y a su descendencia,

y  todos  los  misterios  que   estaban  figurados  en  la  Ley,

Dios  los  había  puesto

como  ligados  a un nombre  y a  una  familia:

ligados  a  David,   el  Rey,

y a  su familia,  la  Casa  de  David.

Lo  que  estaba  prometido

en David  tenía que cumplirse,

y  lo  que  estaba  figurado

en  la  Casa  de  David  tenía  que   hallar  su  realidad.

4

Y ¿qué  estaba  prometido?

El  Mesías  Señor.

Un Hijo de  David  que  sería hijo  del Altísimo,

a  quién Dios  daría  el trono  de  David,   su  padre,

que  reinaría sobre  la  casa  de  Jacob, por los siglos,

y cuyo reino no tendría fin.

5

Así,   pues,   la  Casa  de  David

era el nudo de las  promesas  divinas.

Todo lo  que  esperaron  los  Patriarcas

y  todo  lo  que  anunciaban los  Profetas,

todo  lo  había ligado   Dios,  con  juramento,

a  David,  el  Rey,  y a su descendencia.

Y de  esto se seguían consecuencias

no  solamente  políticas  –

lo político,  aun cuando  entonces   (como  ahora)

excitara todas  las pasiones  y removiera  los apetitos,

ero  lo inferior de aquellas  promesas –

sino  consecuencias  religiosas,  sagradas,

cosas  de  vida  o muerte en  el orden espiritual  y eterno,

pues la venida del Mesías, del Hijo de David,

era  considerada,

no  solamente como el  advenimiento de un gran  príncipe,

sino como  una poderosa  intervención  de  Dios  en  su   pueblo

y  como el acto supremo  con que  el Señor

iba a manifestarse a las naciones.

Así como nosotros  recitamos el  Credo

y según esos artículos de nuestra fe

decimos claramente  lo que creemos y esperamos,

así  un judío  podía  decir  de  sí  mismo  y  de  su  pueblo

lo  que   creía  y esperaba.

Podía   decir:   -Creo   que   estoy   en   alianza  de  fe

con  el  Dios  de  mis  padres,  el  Dios  vivo,

Dios  de  Abraham, e Isaac, y Jacob,

el  cual ha hablado por los profetas

y  ha  dicho   que  la  Casa  de  David

permanecerá eternamente,

y  que  de  su  linaje  ha  de  venir  el dominador   de  las  naciones,

el Mesías  Señor.

6

Ahora  bien,   exteriormente,

en  el orden social y político,

cuando nació  san  José

David  y los  Reyes  hijos  de David

habían pasado hacía  ya  muchísimo  tiempo.

En  esos días  la  Judea

era un país tributario de  los Romanos

y  sobre el pueblo de Dios reinaba Herodes,

un  intruso,  criminal y astuto.

Pero  delante de  Dios  y  en  las  conciencias,

dentro  ele  ese  orden  religioso

adonde  no  puede  llegar la  mano   de  los  hombres

y que   apenas  si  es  tocado

por  los  acontecimientos  exteriores,

el  juramento   dado   por  Dios  a  David   permanecía,

y  nadie  dudaba  que   las  profecías  habían   de  realizarse.

Aquello era sagrado, era  divino,

tenía una  fuerza terrible:

estaba  en todos los corazones, se  llamaba,

(aun  hoy  se  llama)  la esperanza de Israel.

7

Según  esto,  pues,

notemos   cuál   era  la   posición  de  san  José.

Llamado  en Abraham  a  la  fe

como  todos  los  judíos,

y  escogido  en David

como  varón  de  su  linaje,

llevaba   el  nombre  y  los  derechos   de  la  Casa,

era  el  heredero  de  los  Reyes,

en  él  venían  como  a  descansar,   en   cierto  modo,

en  aquel  momento,  las  promesas.

Y su situación era desconcertante. Porque

era  príncipe

y  no   llevaba  vida  de  príncipe;

era  Hijo de  David

(Hijo   de  David   era  su   nombre  de  familia,

lo  que   nosotros  diríamos  su  apellido),

pero,  desconocido,

ni siquiera era llamado por su nombre.

En  la  Sagrada  Escritura

los ángeles lo Llaman:  José  Hijo de  David.

Pero  los  hombres  no.  Los  hombres,

todos  los  hombres,  aun sus  mismos   parientes,

lo  llaman:  José el Artesano.

Entramos,  pues,  en  uno de  los  misterios  de  su  vida.

8

El  hijo de  los  Reyes

es un artesano:

el  descendiente  en  línea recta de  David

es  un  obrero:

el  depositario  en un  momento  dado

de los derechos mesiánicos,

Dios  ha  querido  que   sea  faber  lignarius,

un carpintero.

Y mirad que  san  José  sabe  quién es.

San  José  tiene  conciencia davídica,

lleva en su corazón las promesas de su Casa,

guarda  fidelidad a  David,

guarda fidelidad religiosa a la palabra firme,

a  la palabra que Dios dió con juramento,  a  David,

pero  apartado,  desconocido,

tenido  en  nada,

vive  en  Nazareth

(una   aldehuela  desacreditada

de  la  que  nada  bueno  podía  esperarse),

y  trabaja  cada  día,

como  trabajan todos  los  obreros  de  este  mundo.

9

San  José,   pues,  es  un obrero.

Pero   hay  obrero y  obrero.

Porque vamos  a  ver,

si  yo  soy  carpintero  hijo de carpintero

¿qué agravio hay en esto?

Con  alegría,   con  paz,

con  la  alegría de  mi  oficio    (que   es  un  buen oficio)

tomaré  cada  mañana mis  herramientas.

Pero  si  soy  carpintero  hijo  de  los Reyes,

si soy, en línea  recta,  hijo de David,  el  Rey,

¡qué  misterio!  ¡qué  humillación!  ¡qué  castigo!

Notemos,  pues,  que  san  José

lleva  el  castigo  de  su  Casa.

Los  hijos   de  David,  los  Reyes,

casi  todos  fueron rebeldes al  Señor.

Impíos,   idólatras,   sensuales,

-¡Oíd,   pues,  Casa  de  David!,   clama  el  profeta,

¿por  ventura  os parece  poco ser  molestos a  los  hombres

sino  que  también lo  sois  a  mi  Dios?

10

Así,  pues,  si  san  José  es un obrero  (y  sí,  lo  es),

entre   los  obreros  habrá  que   ponerlo  aparte.

Y ved  ahí,  eso  es  precisamente

lo  que  hace   el  Señor:

lo pone  aparte, pues san José vive-

no en  Bethleem

que era la ciudad de David,

ni en Jerusalem

que  es la  sede  del  Rey,

sino  en  Nazareth.

San  José  es

José  el  Artesano, el de Nazareth:

no José el Artesano, solamente,

sino José el  Artesano, el de Nazareth,

y el  de Nazareth o Nazareno

es tanto como  decir A parlado.

11

En esto de Nazareth,

como en  José, como en David,

como en todas las palabras hebreas,

hay una significación profética,

es decir, algo que  ha sido  dado a la palabra misma

para  inteligencia,

pues todo aquel  Antiguo Testamento les pasó a ellos

en figuras  y anuncios  de misterios venideros.

y así,  todo  en  él,

los  nombres,  los  actos,  los  lugares,   las  personas,

son  como  letras  o  palabras  significantes  del  Mesías

y  de  la  vida  nueva

que  por el  Mesías  nos  habría de  venir.

Nazareth,  pues, quiere decir: flor,

y Nazareno,  apartado,

de manera que la flor, lo mejor, lo excelente

es apartado,  y

¿para  qué?

Para  Dios.

Para  ofrecerlo y sacrificarlo.

Nazareno,  pues,  es tanto como  decir:

puesto aparte para Dios,

y por esto Nazareth es algo así como la clave

de la vida de san  José,

12

En  Nazareth se juntan y se explican

su  nombre y su  sobrenombre:

José Hijo de  David  y José el Artesano.

Si solamente fuera príncipe

y solamente artesano,

como las dos cosas puestas en  la  misma   línea

son contrarias,

la una  con la otra  se destruirían

y no sería nada.

Pero  ved  que  es José

y que  es el de Nazareth,

y, como  José,  crece,

y,  como  Nazareno,  está  apartado.

Hijo de  David   es José

y crece:

Artesano  es el de Nazareth,

y está apartado para Dios.

¿Qué hace,  pues,  san José en Nazareth?

-Crece  apartado, y,

dentro de ese misterio, de  su  sobrenombre,

desempeña su nombre.

¿No  dijimos  que  es el  que crece?

Y  ¿qué  es crecer  si  no  es  precisamente

quitó  Dios,  añádame  el  Señor?

Crecer  es  deshacerse  de  algo  para   asumir  algo:

es despojarse o  ser  despojado  de  algo  inferior

y recibir,  en  ese despojo,

lo  que el  Señor añade.

13

Veamos,  pues,  qué  quitó Dios  a este  Hijo   de  David

para hacerlo crecer,

y qué  le añadió el Señor

(el  Espíritu Santo,  Señor y vivificador)

para que su crecimiento fuera alcanzado.

En el heredero de los Reyes,

en el varón de  la Casa y familia de David,

quitó Dios el cetro, la diadema,

la situación  visible de su grado,

el poder, las  riquezas y la  gloria.

14

Ahora bien,   ¿qué  queda  en el  príncipe

a  quién  Dios  despoja  de  este  modo?

Si  su nobleza fuera puramente humana

y nacida  de  la  carne,

en verdad que no le quedaría  nada

o  casi nada.

Pero su nobleza es una  elección,

es una unción  de Dios,

una palabra permanente:

¡Juré  a David,  y no  me  arrepentiré!

y ved ahí lo que le queda a este Hijo de David

que Dios despoja  y  desnuda

de la grandeza de este mundo:

Le queda el nombre,

le quedan las promesas de su  Casa;

le quedan las profecías,

le quedan los derechos mesiánicos,

le  quedan la  Ley  y  los  Profetas   (y  los  Salmos)

que  están en  su  mano   como  una escritura

firmada  por  Dios:

como  pudiera estar  en  la  mano   de  un mendigo

un  pagaré o una letra,

es  decir,  un documento válido,

extendido  a  su  nombre,

con  fecha  cierta

y firma   auténtica,  y  solvente.

15

San  José,  despojado,

Puede oír la palabra del ángel que  le  dice:

-¡Ten lo que  tienes!  ¡que nadie tome  tu  corona!

Guarda  tu  fe,

guarda tu nombre.

Y así  él  calla, pues, y aguarda,

y pone su corazón  en la presencia de Dios,

y; lejos de ir a perder su  vida

en disputarle a Herodes  el gobierno,

se ve a sí mismo

y pronuncia su propio nombre.

Dice:   -Quitó  Dios,  fiat!

Añádame el Señor.

16

Y ¿qué  le añade   el Señor?

Sobre  el  nombre  y  los  derechos  mesiánicos,

sobre la fe  y la  fidelidad,

sobre la desnudez del príncipe

(despojado de su forma de príncipe

pero no de su  alma de príncipe)

el Señor añade:  pobreza, trabajo,

afanes y desprecio.

Le da el Señor las herramientas de un oficio  servil:

el  martillo, las tenazas,  los  clavos

(le da los instrumentos de la Pasión de Cristo)

y al hacer esto lo toma para sí,

lo  aparta

y  hace de él un  pobre.

17

¡Ah, Dios  es uno,  Dios ama  la  unidad!

Ved cómo junta Dios en este santo

el nombre y el  sobrenombre,

cómo junta en lo más profundo y secreto de  su  alma

la conciencia  davídica

y el  corazón  nazareno.

Los dos nombres que  parecían

el uno con el  otro destruirse,

en realidad  son  como  las  raíces

que  alimentan en él una vida más  alta.

El  en  orden  social,  exterior,

príncipe y artesano son contrarios.

No  puede un hombre a la vez y en la misma línea

mandar y ser mandado,  regir y humillar la  cabeza.

Por otra parte el Quitó Dios,

el despojo de la  forma de príncipe,

se reduciría a una simple privación

si san José fuera un  obrero y  nada  más que un obrero,

y no habría entonces crecimiento.

Pero lo que  el  Señor añade,

la condición de obrero,

es la forma externa de una dignidad espiritual,

y así, el ser obrero, en él,  es vestidura

18

Los de Nazareth  miran con  los  ojos  de  la  cara,

y ven al santo, y dicen:

-Lo conocernos, éste es José  el  Artesano.

Pero  el Señor desde el cielo

interroga con los párpados,  y  dice:

-¿Cómo  dicen: Lo conocernos,  éste  es José  el Artesano?

Yo o le he dado  oficio,  sino  cruz.

19

La  dignidad de  pobre,  pues,

que san José recibe  al  ser hecho  obrero

es algo real, efectivo, positivo.

No   es una privación,

y  tan  no  es una privación, que,

por esta dignidad de pobre  el  Hijo de  David   crece,

es decir, llega a ser realmente José,

y el Artesano es tomado por Dios,

es decir,  llega a ser realmente Nazareno.

20

Quede, pues, declarado

este misterio de los cuarenta años.

Cuarenta es número de  penitencia

y a la justicia o santidad no se llega sino por ella.

Aquel niño  circuncidado

y a  quien no en vano  se le pone  el nombre de  José,

ved  ahí que crece, que  adelanta en  edad,

y no llega a la perfección

sino por haber aceptado en lo más íntimo  de  su  alma,

aquel terrible  Quitó Dios de su nombre

y  aquel desconcertante Añádame el  Señor de su aumento.

Este José  crece cuarenta  años

y llega a estatura perfecta

por aceptación  íntegra,  crucificante,

de su nombre de Hijode David,

al cual no renuncia (no  puede renunciar)

y de su sobrenombre  de  Artesano cuyo  misterio  respeta.

Y el término de todo  esto  es su  justicia,

es decir, su santidad,

el  término de todo esto  es Nazareth,

es decir, una vida de soledad y oración

una  participación tan  grande del desprecio y vituperio  de Cristo,

que Dios lo oculta a los hombres

y lo toma para  sí.

Veamos  ahora el día

que sigue a este  apartamiento,

y que pondrá en claro  la luz de su   justicia.

UN    DIA

I

San José, varón  justo

llega a la perfección de la justicia.

¿En qué consiste la perfección de la justicia?

Si  alguno  de  nosotros  desea  ser  perfecto

¿qué  hace?  Tenemos  una respuesta  a  la  vista.

¿Qué  han   hecho   las  hermanitas  ele  los  Pobres

para entrar  en  la  perfección  que   profesan?

Han  dejado casa  y familia

y  se  han  consagrado  a  Dios

y  a  aquellos a  quienes  Dios  ama,  que  son  los  pobres,

todo  ello  mediante  esos  votos  que  sabemos

de  pobreza,  obediencia y  castidad.

2

Pues  bien,  en  tiempo de  san  José

la  perfección   (a  lo  menos   exteriormente)   pedía   otra  cosa.

El  israelita  para   ser  perfecto

y salvo  alguna rarísima inspiración  de  Dios,

lo  que   debía   de  hacer  era  casarse.

En  aquella  dispensación  de  la  Antigua Ley

lo  perfecto  era  el  matrimonio,

y  el  matrimonio  tenía   en  sí  mismo  esa  perfección

espiritual,   por una   razón   muy  simple:

porque  de  los  hijos   de  Israel

debía   de  nacer  el  Mesías.

En  el  pueblo de  Dios

el  matrimonio  entrañaba   nada   menos

que  el  advenimiento del  Mesías,  y así

fundar  Casa  y familia  era   cumplir  un  deseo

temporal y espiritual  a  la  vez,  un deseo

moral y religioso  a  la  vez …

El  matrimonio  tenía   algo  de  teologal.

En  el  deseo  de  los  hijos   se  deseaba  al  Hijo,

se  deseaba  a  aquel   Hijo  prometido,

hijo   de  David,   hijo   de  Abraham, nacido  de  nosotros,

pero   cuya  generación  era   tan alta

que  nadie   podía intentar  narrarla,

pues  el  mismo  Dios  altísimo  en  los  cielos  le  decía:

-Tú  eres  mi  hijo,   hoy   te  engendro.

3

Para   nosotros,   hoy,   el  matrimonio

es  una  cosa  buena;

para  los  judíos,  entonces,   el  matrimonio

era  una  cosa  perfecta,   santa,

¡y  cuánto  más  en  el caso  de  un  hombre  como  san  José

que  por su  casa  y  familia era  Hijo de  David,

y  por la  limpieza  de  su  alma

Dios  mismo   nos  dice  que   era  justo!

El  matrimonio  fué  para él  algo  enteramente  sagrado.

Digamos,   pues,   que   sus  Desposorios  con  la  Santísima  Virgen

fueron  el  día  de  su  vida,

la  mañana gozosa  y luminosa  de  su  perfección.

4

Ahora bien,  dentro  de  esa  perfección  de  alma

con  que  llega  san  José  al  matrimonio,

¿qué   trae   para fundar la  Casa?

Trae  lo  que   tiene:

Hijo   de  David,   trae  su  nombre;

Artesano,  su   pobreza,

y  estas  dos  cosas,  su  nombre y  su  pobreza,

no  se  oponen

sino  que   la  una   con  la  otra se  perfeccionan.

5

Es  muy   importante   ver

que  san  José  trae  a  los  desposorios un  nombre.

No  es un  nombre que  él  haya  conquistado

o  hecho   célebre  o  ilustre,

sino  un nombre que  él  ha  recibido

y guardado.

Notadlo bien:   san  José  se  casa  con  la  Virgen

porque  san  José  es Hijo de  David,   y,

de  no  haber  sido  Hijo   de  David

no  lo  hubiera  destinado Dios  a  este   matrimonio ni  a  esta  esposa.

El  título,  el  derecho  (diría)   de  san  José

para  recibir la  mano   de  la  Virgen

es su  nombre.

Y  no  sólo   su   nombre

sino  la  línea  de  su  nombre,   su  genealogía.

6

El  santo  Evangelio   (que  no  tiene  palabras  de  más)

nos  refiere  la  genealogía  de  san  José  desde  Abraham,

y así  nos  dice:

Abraham  engendró  a  Isaac,

e Isaac egendró a Jacob

y Jacob engendró a Judá y sus hermanos.

y sigue   enumerando   todo    los padres

hasta  David,   el  Rey,

y  todo    lo    reyes hasta San  José

el  esposo  de  María,  de  la  cual  nació   Cristo.

De  padres a  hijos,   pues,

desde  Abraham  hasta  san  José,

el  esposo  de  María,  de  la  cual   nació   Cristo,

siguiendo  una   línea  que   entre  muchos   hermanos

a  uno elige  y a  los  otros  los  excluye,

aquellos  padres van   transmitiéndose  la  sangre  y la  fe,

la  conciencia  de  una  alianza  positiva  con  Dios,

y las  bendiciones que  los hacen   depositarios

de  aquel  gran   misterio que  habrá de  venir.

7

San  José,  pues,  en  su   nombre  de  Hijo  de  David,

tiene   las  bendiciones  ele  los  padres.

Su   nombre  no  es  una  mera  designación  verbal,

su  nombre  es  algo  más  que   un apellido,

algo  más  también  que   un  derecho.

¿Qué   significa  para  él  al  tomar  esposa,

y,  cómo  lo  trae  al  fundar  su   casa?

8

Desde  luego  vemos  que  lo  trae  oculto,

ya  que   viene   debajo  de  su  sobrenombre

y que  a  nadie  interesa  como  hijo  de  David

este  hombre  sin  importancia

herrero o carpintero,

que   todos   conocen   y  a  quién  todos  llaman,

diciendo:  -Ah,  sí,   ése  es  José  el  Artesano,

el  de  N azareth …

9

Pero   no  solamente   lo  trae  oculto

sino  que   también  lo  trae   linipio.

Sí,   en  él,  el  nombre  de  los  Reyes

viene   limpio  de  apetitos,   de  ambiciones,

de  pasiones  políticas,   de  cuidados  temporales …

Y de  toda   sensualidad,  de  toda  vanagloria.

Mientras  en  Israel  este   nombre  es  una   bandera,

un incentivo carnal:

una rabia  política llena   de  pasiones

y de  apetitos   de  dominación  y  de  venganza,

para él,  por el  apartamiento de  su  vida

y  la  pureza  de  su   alma,

este  nombre  es  una   cosa  quieta,   firme,  sosegada.

Es  una realidad  como  puede  ser  para nosotros

el  bautismo,  el  Padre   nuestro  o  el  Credo.

Pues   a  nosotros,   decidme,

¿de  qué  nos  sirve  nuestro bautismo?

Delante  de  los  hombres

y en  esta  ciudad,

de  nada  (o  de  estorbo).

Pero  delante de  Dios

¡qué   abismo   de  bienes!

y en  nuestra  propia  alma

¡qué  nobleza,  qué  luz,

qué   clase  de  vida   nos  da!

Y lo  mismo   era  el  ser  Hijo de  David para   san  José.

De  nada le  servía  en  el  orden  (o  desorden)  político

conforme  a  los  intereses  y pasiones  de  aquel  momento,

pero,  delante  de  Dios,  era  su  elección

desde  el  principio,

desde  el Padre,  desde  los  padres,

era  su  elección  y su  entrada

en  un  orden de  realidades  superiores.

Pues  por este  nombre entraba  él

en  el  juramento  hecho  por Dios a  David,

por este  nombre  entraba  en  las  promesas  de  su  Casa,

por este  nombre a  él,  y  no  a otros,

eran  dados   los  signos

y  dichas   las  profecías.

Y  así  como  nuestros  artículos  ele  la  fe

no  son  para   nosotros

proposicioses racionales  y  circunscriptas

sino  palabras  vivas  y  eficaces

y  que   contienen  la  substancia  de  las  cosas  que   esperamos,

así  su  nombre y  las  promesas  de  su  Casa

eran  para   él  palabras fieles:

algo  permanente,  consistente,

un juramento  de  Dios:

¡Juré  a David,  y  no  me  arrepentiré},

una palabra de  vida

en  la  cual  Dios  había  consignado  abismos.

10

Pero   notad lo  más  extraordinario  de  todo   esto,

y es que  a  esta  persuasión  no  había llegado   el  santo

por estudio  de  la  Escritura  a  manera  de  los  escribas,

ni  por especulación  de  la  mente

conforme  a  los  maestros  de  Israel,

sino  por soledad  y apartamiento,

y  por perfección  de  pobreza.

Y así  podemos decir  que  su  despojo,   es decir,

el  haber sido  hecho   artesano,

el  haber sido  hecho  obrero,.

era  lo  que  lo  había  llevado a  esta  dignidad

de  ser  Hijo  de  David   no  solamente  por la  sangre

sino  también  en  espíritu  y  en  verdad.

El  ser  obrero

no  implica  necesariamente  ser  un pobre

ni  significa  tampoco una  perfección espiritual.

Pero  es indudable  que  en  el  obrero

Dios  ha  puesto una  invitación  a  la  pobreza

y  una ocasión   próxima

de  ser  pobre y despreciado,  y,

habiendo  aceptado san  José  su  despojo, habiéndolo  aceptado él

que   podía sin  ambición  ninguna

y acaso  con  algún fundamento  moral

salir  a  perder su  vida  en  un lance   político

yendo   a  disputarle   a  Herodes   el  gobierno

levantando  al  pueblo  contra  la  dominación

inícua,   ciertamente,   ele  los  Romanos,

habiendo  aceptado,   digo,   el  quitó  Dios

como  un  llamamiento a  la  pobreza  espiritual,

y  habiendo  entrado  en  esa  pobreza

por  su   condición   de  obrero,

en  esa  condición  había  hallado su   crecimiento)

es decir:

la  purificación  de  su   alma,

el  trato viviente   (y  no  ilusorio)  con  Dios,

y  el  sentido  verdaderamente   desnudo  y  divino,

(el  sentido  evangélico)

de  su  nombre de  Hijo  de  David.

Y  por eso  he  dicho   que   su  nombre  y  su  pobreza

no  eran  cosas  contrarias.

Porque su  pobreza  era  como  la  lima

con  que  Dios había  limpiado  de  adherencias  impuras

aquel   nombre  de  Hijo   de  David)

aquel   nombre que  los  reyes,  hijos   de  David,

habían  profanado.

Y si  ese nombre contenía  algo

si  ese  nombre  era  como  la  semilla  de  las  promesas  divinas,

convenía  que   alguno  lo  llevara

con  entera  purificación de  los  apetitos  bajos,

y que  ese nombre  fuera en  lo  vivo  de  su  alma

(como  lo  es en  la  nuestra  una  verdad  de  fe), un principio de  vida,

un objeto  de  contemplación,

un símbolo  o  sacramento  de  algo  firmísimo:

una  manera de  velar   delante  de  Dios

y algo  así  como  un apoyo  para  esperar esperando

aquellos  bienes   que   no  pasan y que  no  son  de  este  mundo.

11

Mirad,   pues,   qué   claridad

tiene  este día  de  los  Desposorios.

Dentro de  la  justicia  o  santidad  de  su  alma

san  José  trae  al  matrimonio su  nombre  y su   pobreza,

o,  mejor,

su  nombre  ensayado  en  su  pobreza.

Y como  la  pobreza es  siempre  lo  más  visible,

los  ojos  de  la  cara,  esos  ojos

que   tenemos para  equivocarnos  siempre,   y  no  ver,

en  los  Desposorios  del  santo  no  ven

sino  el  matrimonio  de  un  obrero con  una joven,

es  decir,  una   cosa

en  la  cual  no  hay  nada que  ver.

Y por cierto que  en  esto

no  hay  nada   brillante,  nada  emocionante …

Pero  si  consideramos,

ved  ahí  que  el  artesano  es  un Hijo  de  David

y la  joven una virgen  de  Nazareth:

y  esto  ya  es algo, esto  hace  pensar.

Y,  si  alzamos  los  ojos,

es  decir,   si   somos   capaces   de  contemplación   espiritual,

ved  ahí   que   en  esa  entera   sencillez

en  que  se  mueve   la  Iglesia,

san  José  y la  Virgen  aparecen

como  la  expresión  más  pura  de  un  altísimo  misterio,

pues   sus  desposorios  son  los  Desposorios  místicos,

es, decir,  los  desposorios  del  Justo con  la  Sabiduría.

San  José  es el  justo,

el varón  perfecto que   tiene   en  sí  la  justicia,

y a  quien  (según  la  palabra admirable  de  la  Sagrada  Escritura)

la  Sabiduría  le  sale  al  encuentro  y  lo  recibe

como  una  esposa  virgen.

UNA     NOCHE

1

Ahora  bien,   después   de  los  Desposorios,

el  ángel   del  Señor  anunció  a  María

y la  virgen  concibió  por obra

del  Espíritu  Santo.

Cuanto  hemos   venido   admitiendo  en  san  José

creo  que  nos  pone   en  condiciones

de  recibir  con  sencillez  este  evangelio.

San  Mateo  para   referirnos  la  Encarnación

comienza   con   el

«Libro de  la  generación  de  J esu-Cristo,

hijo  de  David,   hijo   de  Abraharn»,

y  dice:

Abraham engendró  a  Isaac, e Isaac  engendró  a Jacob,

y  Jacob engendró  a  Judá y  sus  hermanos

y  así  sigue  relatando las generaciones

de  los  patriarcas  y los  reyes,

hasta  llegar  a  san  José

«el  esposo  de  María,

de  la  cual  nació   Cristo».

Luego,   él  mismo   resume   todo   este  libro

de  la  genealogía de  Cristo,  diciendo:

Así  que   todas   las  generaciones  son:

desde  Abraham  hasta  David,

14  generaciones:

y  desde   David  hasta   la  Transmigración  de   Babilonia,

14  generaciones:

y  desde  la  Transmigración  de  Babilonia hasta  Cristo,

14  generaciones.

Y después   de  este  resumen dice:

«Y  la  generación  de  Cristo  fué  así:

Que   estando  María  desposada  con  José,   su   esposo,

y antes de  ellos  juntarse,

se  halló,   fué  manifiesto,

que   María  había  concebido   por  obra   del  Espíritu  Santo».

2

En   oposición,  pues,   a  todas   aquellas   generaciones

en  las cuales  los padres engendran  a sus  hijos

conforme  al  orden natural,

la  generación de  Cristo  fué  sobrenatural,

fué  extraordinaria,  milagrosa;

fué  obra  del  Espíritu  Santo

y  no  hubo en  ella  concurso  de  varón.

3

Ahora  bien,   cuando   esto  se   produjo,

el  misterio obrado  en  la  Virgen

fué  manifiesto a  san  José.

No  le  fué  manifiesto  solamente

que  la  Virgen había  concebido:

le  fué  manifiesto,  como  dice  el Evangelio,

que  había concebido  por obra del Espíritu  Santo.

Comprendió  el  justo  que   se  cumplía  en  su   esposa

aquel  signo  de  lo  alto  del cielo,

aquella  señal   tan   extraordinaria

que  había sido  anunciada como  con  amenazas  a  su  Casa:

-Oíd,  pues,   Casa  de  David,

(casa  rebelde,   incrédula,  molesta)

oíd  que   el  mismo  Dios

os da  una señal:

y la  señal  es ésta:

concebirá  una  virgen.

4

Concebirá una virgen,

una  virgen  llevará  fruto  en  el  vientre.

San  José,

que  era  Hijo de  David,  es decir,

que  tenía inteligencia  de  estas  cosas,

y  que  era  justo,  es decir,

que  tenía  un sentido  seguro  de  los misterios  de  Dios,

quedó  delante  de  este  hecho   tan   extraordinario

como  estaba  Moisés  delante de  la  zarza  ardiendo:

maravillado  de  admiración

y sobrecogido  de  terror.

5

¿Que  debía   hacer? Y ¿quién  era  él?

Mirábase  a  sí  mismo,  y,

reputándose  indigno  de  estar  junto  a  su  esposa

se  determinó a  dejarla.

Pero  considerando,  por otra parte,

las  circunstancias  de  aquel  misterio

y para que  un hecho   tan  santo  no  fuera conocido,

a  fin  de  salvar  en  todo  el  honor de  la  Virgen

se  determinó  a  dejarla secretamente.

San José quería separarse

porque la misma   Encarnación  del  Verbo

en  cieno   modo   separado  a  la  Virgen e  to   a-  la-  criatura    de  e te  mundo .

La Madre  de  Dios   estaba  en  Dios

de  una  manera  inefable,

y  el  santo  no  sabía  qué  podía  hacer él,  indigno,

delante  de  aquel   caso  que  excedía  a  todas  las  cosas  creadas

Y    aun  a  todas  las  manifestaciones  divinas.

6

Y estando  él  así  en  estos  pensamientos

de  admiración  del misterio,

de  confusión  de  sí,  y de  temor:

y  padeciendo  en  su   alma   una   lucha   terrible

porque  el  temor de  Dios

le  obligaba  a retirarse,

pero   el  amor  de  la  esposa,

y su  deseo  de  Dios

(su  deseo  davídico  de  aquel   inmenso  misterio

que  veía  finalmente  realizado en  su  Casa)

hacían de  esta determinación   de  dejarla,

una  agonía,

he  ahí  que  Dios  envía   su  ángel

( ese ángel  que  Dios  envía  siempre

a  los  que  le  temen),  y

el  ángel  del  Señor,  el  ángel   de  laveh,

se  le  apareció  en  sueños,   diciéndole:

-José  Hijo  de  David,

no  temas  recibir a  María  tu  esposa

porque  lo  en  ella  engendrado  es  del  Espíritu  Santo.

Recíbela,   he   ahí   que   ella   parirá  un  hijo

y  tú  llamarás  el  nombre de  él.

7

Así,  pues,  el  ángel   se  dirige  al  temor

que  sobrecoge  al  santo  delante  del  misterio,

y  a  la  confusión  que   siente  de  sí  mismo,

y  a  su  determinación  de  apartarse  de  la  esposa,

y,  confirmándole  el  inventa  est,

la  persuasión  que  ya  tiene   de  Dios

de  la  concepción  virginal,

le dice  lo  que  habrá de  hacer él,

Hijo de  David,   esposo  de  la  Virgen,

en  lo  que  Dios  acaba   de  realizar.

Es cierto,

se  han   cumplido  las  escrituras:

la  virgen  ha  concebido,

la  virgen  lleva  fruto en  el  vientre,

pero   no  quieras   tú   separarte  de  ella

ni temas  recibirla

porque  es  por obra  del  Espíritu Santo

lo  en ella  engendrado:

en  este misterio

mira cuál  ha  de  ser  tu  ministerio:

la  virgen dará  a  luz  un hijo

y tú  llamarás  el  nombre de  él.

8

Recibir  a  la  Virgen

y dar  nombre al  Niño:

tal  es el  ministerio de  san  José

en  el  misterio  de  la  Encarnación.

No  disuelve  el  Señor  el  vínculo

que   une   al  Hijo  de  David

con  la  Virgen Madre  de  Dios,

antes,  lo  confirma,

y,  por  esta  confirmación

le  da  entrada  legítima  y sacramental  en  el  misterio.

Y  lo  toma   para sí,

y le  ordena lo  que  ha  de  hacer:

Dará   nombre  al  Niño,   es  decir,

hará con  él  veces  de  padre,

pues  la  primera función y  acto de  autoridad de  un padre

después   de  engendrar  un hijo,   es  darle  nombre.

Y si   este  caso  único,   extraordinario,

ha   eximido   al  santo   de  la   comunicación   carnal,

ved  ahí  que   todos   los  otros  oficios

que   tienen  los  padres  con  sus  hijos

en  el orden natural,  civil  o  religioso,

le  están   determinadamente  mandados.

9

Tenemos ahora a  san  José

constituído  en  cabeza  de  familia.

Ya no  es el  Hijo de  David  –   Artesano,

ni  el  Apartado  a  quien  Dios mismo   llama   justo:

ahora  es Patriarca,

ahora es el  glorioso Patriarca  san  José,

el  elegido   a  quien  Dios  introduce  en  la  nube,

el  fiel  y  prudente  a  quien  Dios comunica  su  consejo.

Un  ángel   lo  ha  ordenado  para  sus  oficios  de  padre.

Y  ¡qué  oficios!

San  José  impone  al  Niño

el  nombre  sobre  todo  nombre,

el  nombre   de  Jesús.

Esto  quiere  decir que  fué  él

quien  circuncidó y nombró  a  nuestro  Salvador.

El  también es  quien  le  transmite

los  derechos  mesiánicos,

y  así,

por san  José Nuestro  Señor  recibe   su  genealogía humana

y  es legal  y legítimamente  llamado:  Jesús  Hijo de  David.

El  también lo  presenta  en  el  Templo

pagando por  el  primogénito  las  cinco  monedas

y en  verdad  que  san  José  rescató  aquel   día

de  mano   de  los  sacerdotes,

la  víctima  que  Judas  había de  venderles más  tarde.

Y él  es quien lo  lleva  a  Jerusalem cuando  cumple   la   edad   de  doce   años,

para  celebrar  allí  con  aquel  hijo,   y  con   la  esposa,

la  Pascua   de  la  liberación de  Egipto.

En fin,  que   san  José  cumplió

todos  los  actos  de  amor y autoridad

que  corresponden  a un padre,

y todos  los  ritos  que  en  ese  carácter  de  padre

le  estaban  mandados  por la  Ley.

Y su  gloria  es  tan  grande  por  ese  gobierno  que   tuvo

en las  acciones  exteriores  del  Hijo de  Dios,

que  ella  ha  pasado  a  nosotros

y  constituye  en  nuestros  días

el  misterio  manifiesto   de  su   Patrocinio sobre  la  Iglesia   Universal.

10

He  dicho,   pues,   lo  que   entiendo

por el día  y la  noche

en  la  vida  de  san  José.

El  día  es ese  momento  en  que  al  tomar  esposa

queda manifiesta  la  luz  de  su  justicia,

pues,  dice  la  Escritura:

Casa  y  riquezas

las  dan   los  padres:

pero,  esposa,

el  Señor  solamente.

Y si  tal  es la  esposa

¿cómo  no  ver  la  justicia  del  santo?

¿Cómo  no  ver  su  rostro  iluminado

si  el  Señor  Dios  nos  lo  muestra

no  sólo  radioso  y en  sí  mismo

sino  también  en esa  claridad de  la  Virgen

que   es espejo   de  justicia?

Pero  la  justicia  que  resplandece  en  el  día

es  probada  en  las  tinieblas  de  la  noche.

Y  así,  la  prueba ele  su  justicia,

la  prueba  de  su   humildad,

de  su  limpieza  ele  corazón,

de  su  temor   y reverencia, de  su  fe  y su  fidelidad,

la  tenemos   en  esa  lucha   de  su   alma

cuando por  confusión  de  sí  mismo

se  determinó  a  dejar  a  la  Madre  de  Dios,

y sólo  por  obediencia  al  ángel

entró  en  aquel  misterio  que   Dios  daba  a  su   Casa.

11

Y,   naturalmente,   que

los  sentimientos  de  san  José  en  este  caso

están   tan   extraordinariamente   lejos

de   todo   cuanto   nosotros  estamos  habituados

a  pensar  y sentir  en  nuestra vida,

aun en  los  momentos   de  mayor  lucidez   y humildad

de  nuestra vida,   que,

la  luz  de  este  día

y  las  angustias  de  su  noche

nos  parecen,

no  algo   intenso  y  grande

sino  como  cosas  de  nonada

y poco  menos  que   incomprensibles:

porque en  fin,   en  fin,  ¿qué  sabemos  nosotros

de  lo  que  es realmente el  temor de  Dios

y  el  amor puro   y  desnudo  de  Dios

y  la  proximidad  terrible y gloriosa  de  sus  misterios?

Y así,  difícil   nos  resulta  leer con sencillez

el relato que  hace  de  estas  cosas

el  sagrado  Evangelio,

y  en  esas  palabras  perfectamente  limpias

que  tal  como  suenan  parece que  podrían ser  leídas

por  lo  menos   literalmente,

ponemos  (y  muchos  han   puesto)

yo  no  sé  que  drama complicado

de  tentación y sospechas,

como  si  el  santo  hubiera  dudado de  la  pureza  de  la  Virgen

y hubiera  triunfado luego  de  esa  duda,

o  como  si  sólo   hubiera  conocido   el  misterio   de  la  Encarnación

por la  revelación del  ángel  en  sueños,

(siendo  así que  el  ángel

no le revela  nada,  y,  solamente

sobre  lo  que  ya  ha  entendido, le  quita el  temor

y le dice  lo  que  ha  de  hacer).

En  esa  lectura  del  Evangelio,

en  esa  lectura   triste  y complicada

(y  en  las   traducciones  del  sagrado   texto   que   la  suponen)

se  razona  con  un  grosero olvido

de  las  dos  condiciones  esenciales  del  alma   de  san  José,

es decir,  de  lo  que  significa  para él

como  espectación  espiritual

el  ser  Hijo  de  David,

y  de  lo  que  es posible   y no  posible

en  un caso  de  completa  limpieza  de  alma

que  es lo  propio del  varón  justo.

Creedme,

todo  eso es absurdo.

Si  san  José  era  Hijo   de  David

y  si  san  José  era  justo,

(y  esto  Dios  mismo  nos  lo  dice)

como  Hijo  de  David esperaba  misterios,

y  como  justo

su   tentación  no  podía   ser

una   tentación de  hombre  no  purificado.

No  hubo tentación en  san  José:

hubo agonía,  hubo una   lucha   de  su   alma,

hubo dolor.

O  si  se  quiere, fué  tentado el  Patriarca

pero   como   fué  tentado  Abraham  nuestro  padre,

es  decir,  en  la  fe  y  la  obediencia

y  la  absoluta  negación  de  sí.

Y su  determinación de  dejar a  la  Virgen

es lo  que   rigurosamente   podía  esperarse

de  la  santidad  de  su  alma,

pues   es  un  acto de  anonadamiento,

un  acto espiritual,

un  movimiento comparable  a  aquél  del  grito  de  san  Pedro

cuando dice  al  Señor:

-¡Apártate  de  mí,  Señor,  que  soy  pecador!

12

Y  así,  pues,  si  es relativamente fácil

indicar  aquellos  misterios  de  los  40  años:

es  decir,  el  despojo  y desnudez  del  santo

y las  gracias   de  la  Pasión   de  Cristo con  que   luego   lo  reviste  el  Señor,

difícil resulta  comprender

la  luz  tan  clara  de  este  día

y las  apretadas   tinieblas  y  dolor  de  su   noche,

y,  dificilísimo, dar  alguna  idea  de  lo  que  sigue  a  esto:

es  decir,  de  su  ministerio  con  el  Hijo   de  Dios,

de  la  conversación  y trato  de  su  vida

como  Patriarca que  lleva  de  la  mano   al  Niño:

de  eso que  me  he  atrevido a llamar los  3 viajes.

Y    TRES     VIAJES

1

Diré  lo  que  pueda aunque  confieso

que   no  entiende  estos  viajes

sino  quien  acompaña en  ellos  al  santo,

y que  lo  difícil   de  su  declaración

no  está  en  su   itinerario,

ni  en  los  puntos   de  partida  y  llegada

(que   de  eso  la  fe  ya  nos  ha  instruido  a  todos)

sino  en  el  camino  por donde  es preciso  ir.

Pues  el  primer viaje

es  de  completa  humillación  y  anonadamiento.

y  corresponde  a  la  vía  purgativa;

y el  segundo  viaje   es  una   gran   prueba

(la  prueba del  desierto  y  la  noche),

y corresponde  a  la  vía  iluminativa;

y  en  el  tercero  está  la  virtud  de  Dios

en  el  aniquilamiento  completo  de  la  criatura,

según  son  dadas   estas  cosas  en  la  vía  unitiva.

El  primer viaje

es de  Nazareth  a  Bethleem;

el  segundo,   lo  que   llamamos la  huida a  Egipto;

y el  tercero  cuando  el  santo  sube  a  Jerusalem

para  sacrificar  la  Pascua.

En  los  tres  camina  san  José

como  cabeza  de  familia:

quiero decir  que  no  son  viajes

del  Hijo   de  David   o del  justo  solamente, sino  viajes    (o  gracias,   o  crecimientos) manifestaciones sobre  todo,

del  Patriarca.

Y en los  tres  viajes  va  por obediencia  (naturalmente),

pero   hay  en  ellos  como  una  cierta  progresión.

Y así  en  el  primero,

obedece   a  los  hombres

y va  con  todos;

y  en  el segundo,

obedece   al  ángel  del  Señor

y sale  de  noche;

y  en  el  tercero, obedece   a  Dios

y sube  a  Jerusalem.

Y  estos  viajes   son  dolorosos   y gozosos  a  la  vez

y  con  diferentes   peligros,

y así  el  primero

es con  peligro de  honra;

y  el  segundo

con  peligro de  muerte;

y  el  tercero

con  peligro  de  perder  su  alma.

Y, como  ocurre  comúnmente   en  los  misterios  de  Dios,

probado el  santo  en  su  honra,

Dios  le  restituye  la  herencia,

y  probado en  la  muerte

Dios  lo  establece  en  tierra de  Israel

(que  es  tierra de  visión),

y  probado  tres días  en  la  separación  de  su  alma,

el  Señor  desciende  con  él

y le  da  nueva   vida.

2

He   aquí   el  primer  viaje.

En  aquellos días  emanó   del  César un  decreto

para que   todo   el  orbe  fuese  empadronado.

Y se  encaminaban  todos  a  empadronarse,

cada  uno a  su  propia ciudad.

Y así  subió  también José,  de  Galilea,

desde la ciudad  de  N azareth, a  la  Judea,

a  la  ciudad  de  David,  que   se  llama  Bethleem,

por ser  él  de  la  Casa y línea paterna  de  David.

Va,  pues,  para  obedecer al César

y  sale  con  todos  a  cumplir  esta  obediencia,

y  le  obliga  a  este  viaje  su  nombre,

su  nombre  de  Hijo  de   David

que es la  verdad primera  de  su  vida

y  lo  que   determina  siempre   todo

en  los  actos  de  san  José.

Y  va  a  la  ciudad  de  David,   con  María,   su  esposa,

pero  el motivo  del  viaje  no   puede  ser  más   humillante,

pues,   aunque  va por  razón  de  su  nombre,

va  a  hacer un acto que   es  en  cierto  modo

como   la renuncia  y  negación  de   su   nombre,

pues  va a  ser  empadronado  y  capitado,

es  decir,  numerado  y  contado  como   esclavo

para que   el César cobre  luego un  impuesto

sobre  su  cabeza  y  su   Casa.

Y va  con  todos, pero,  allí,   en  Bethleem,

en  la ciudad  de  David,  su  padre,

ya  no  está  con  todos sino  solo,

pues no hay lugar para él

en la  posada.

Porque  por más    Hijo  de  David   que  sea  san  José,

san  José  era un  pobre)

y, cuando  un hombre es realmente  pobre

no se ha  oído  nunca que  haya  encontrado  lugar en  ningún lado.

Ni  en  su  pueblo,  ni  en  su  patria

y ni  en  su  propia  casa.

3

Llega,  pues,  a  Bethleem

y,  como  Dios  es fiel  en  sus  promesas,

ved  ahí   que   en  la  ciudad  de  David

restituye  el  Señor  al  príncipe la  herencia,

y el  nacimiento  de  Cristo

y   todos   aquellos   misterios  admirables  de  la Noche

Buena, vienen  a  poner  en  los  brazos  del  Patriarca

gloria  et  dioitiae,

es decir,  toda  la  riqueza  y todo  el  bien

que  es posible tener  en  este  mundo.

4

Pero  notad que  el  término de  este  viaje,

sobre  la  paz  del  cielo

y el  himno  de  los  ángeles

y el  gozo  de  los  pobres,

no  está  en  Bethleem

mismo sino  en  Jerusalem.

Y es cuando  los  padres   llevan   al  Niño al  Templo

para  presentarlo   al  Señor,

y  quedan allí  admirados,  pues,

con  entera  prescindencia  de  aquel   rito

que   ellos  iban   a  cumplir,

el  anciano  Simeón  y Ana,   profetizan,

y teniendo en  sus  brazos  al  Niño

revelan públicamente

los  misterios  que  ya  llegan   de  nuestra redención.

5

De  Nazareth  a  Bethleem por  obediencia:

y de  Bethleem  al  Templo

por  perfección de  obediencia

sin  duda que  este  es el  viaje   real  del  Patriarca,

pues  lo  emprende  por razón  de  su  nombre real,

y va  a la  ciudad de  David,   el  rey,

y allí  recibe   al  Rey  de  Dios prometido,

al  Hijo de  David,  Rey  de  los  cielos.

Mas  para   san  José  todo  esto  es como  el  coronamiento

de  su  perfecta  obediencia

y  de  su  completa  humillación,

pues  no  tenía   otra  cosa  san  José  en  este  mundo

que ese  nombre  suyo  de  Hijo  de  David,

y el  censo  es el  acto  que  viene  como  a  privarlo

de  lo  único   que  tenía,

poniéndolo  al  nivel de  todos,

y más  bajo  que  todos  – entre  los  esclavos,

con  este  agravio,   además,   que

no  solamente  el  mandato del  César  lo  reduce   a  nada,

sino  que  aun   los  suyos  parece   como  que  lo  arrojan,

pues  para él  no  hay  lugar

y  tiene   que  ir  a  arrinconarse  en  un refugio de  animales.

Y    en  esa  completa   humillación  y  entero   desprecio

de  la  vía  purgativa,  es  cuando,

sometido  a  todos  y despreciado por  todos,

san  José  recibe   a  Cristo,   nuestra  herencia:

y  en  compañía  de  unos  pobres  animales

(de  un asno  y  ele  un  buey),

oye  el  himno  de  los  ángeles,

adora  al  Cristo de  Dios,

ve las  milicias del  cielo

y lo  saludan  los  pobres.

Este  es,  pues,  el  fin  de  la  vía  purgativa:

la  paz,

la paz   que   es  abundancia  de   todo  bien,

la  paz que   es  restitución de  la herencia,

la  paz  que   es  Cristo  que  nace.

6

El  segundo  viaje  tiene  por  fin

salvar  la  vida  de  Cristo  nacido.

Aquí   el  santo   obedece  al   ángel  del  Señor

y  se   levanta de  noche,

y  toma al  Niño y a  su  Madre,

y se  retira a  Egipto.

Este  VIaJe  está   lleno  de  misterios

porque  la venida  de  Cristo

cumple  figuras  y  profecías  que   estaban   esperándole,

y que   a  su  vez  prefiguran  misterios   interiores

propios  del  alma  que   adelanta  en la vida  espiritual

y se  levanta de  noche, y entra  en  el desierto,

y se  retira  a  Egipto   (que   quiere  decir:   tinieblas).

7

Nos  dice  el Evangelio  que,

luego que   los  Magos se  partieron,

un  ángel del  Señor  se  le  apareció  a José,

en  sueños, diciéndole:  -Levántate,

toma  al  Niño y a  su  Madre,

y  huye  a  Egipto:

y  estate  allí  hasta  que  yo  te  lo  diga:

porque  Herodes ha  de  buscar   al  Niño para acabar con  él.

El,  levantándose,   tomó   al  Niño   y  a  su  Madre,

de  noche,   y  se  retiró  a  Egipto:

y  estaba  allí

hasta  el  fallecimiento  de  Herodes.

Pues  este  Herodes  (cuyo  nombre se  interpreta

jactancioso  y  piloso)

obra  en   figura  del  hombre  bestial  y  soberbio,

y busca  la  vida   del  Niño

destruyendo   toda   vida   de  Dios

que  haya  podido  nacer en  las  almas.

Y sólo  por esa  permanencia  en  las  tinieblas de  la  negación  de  sí,

en  ese  lugar del  cautiverio  y  de  la  inmolación

de  la  primera pascua,

puede salvarse  la  vida  de  Cristo

y  volver  el alma  de  nuevo   a la  tierra

prometida, cuando,  fenecido Herodes,

el  ángel   del  Señor  se  aparece  al  Patriarca  en  Egipto

y le  dice:   -Levántate,

toma  al  Niño y a  su  Madre

y  encamínate  a tierra de  Israel:

porque  han   muerto

los  que  buscaban la  vida  del  Niño.

Así,  pues,  se  salva  en  el  alma

la  vida   de  Cristo  nacido:

haciendo con  san  José  la  peregrinación  de  Jacob

y el  éxodo   de  Israel  de  Egipto,

y padeciendo esos misterios

del  desierto,  y  la  noche,  y  las  tinieblas,

hasta  que  el  ángel  ordena  volver  a:   tierra de  Israel,

es decir,  a la  tierra  de  la visión,

pues  Israel  quiere  decir:  el  que  ve  a  Dios.

8

Mas,  el  término de  este  viaje

no  es solamente  volver  a  la  Judea,  pues,

advertido  José

por  revelación  en  sueños,

no  fué  a  la  Judea

sino  que  se  retiró a  las  partes de  Galilea.

Judea  quiere  decir,  confesión,

y  significa  la  fe  obscura.

Galilea  se   interpreta,   reuelacion,

y  ved  ahí  que  en  esta vía

la  noche   se  ilumina  para el  contemplativo

y  la  fe,  sin  dejar de  ser  obscura,

se  llena   de  inteligencia.

¡Admirable   camino,   admirables   misterios!

Va  el  alma de  noche   y con  peligro de  muerte porque  buscan   la  vida  del  Niño  nacido.

Va  por el  desierto

y  tiene  que  detenerse  en  Egipto,

donde   José  guarda el  pan

y  donde  por primera  vez  el  pueblo de  Israel

inmola  el  Cordero.

Y  cuando  vuelve de  este  viaje

con  que  Dios  prueba su  fe  y  su  fidelidad,

se  establece  en  las  partes  de  Galilea,

es decir,  en  la  revelación,

y se  avecina en  Nazareth  –

pues  la  contemplación  perfecta hace  florecer  el  alma

y produce,  por  sí  misma,

una  admirable soledad   y apartamiento.

Bien  puede,  pues,  este  segundo  viaje  del  Patriarca

llamarse  el  viaje  profético,

ya  que  en  él  se  cumplen

aquellas  figuras  de  la  vida  espiritual

que   los  antiguos   Patriarcas   al  descender  a  Egipto

y luego   el  éxodo   de  Israel  de  Egipto

con  sus  cuarenta  y dos  mansiones  en  el  desierto,

anunciaron.

9

Y ahora,  notemos el  tercer víaje.

El  primero da  el señorío;

el  segundo,   la  visión.

¿Puede  haber algo  más  para el  hombre

que   tener a  Cristo  nacido

y ser  el  mismo   Israel,  es  decir,

el  hombre  que   ve  a  Dios,

el  hombre príncipe  con  Dios?

Hay  algo  más,  porque el  Hijo se  ha  hecho  hombre

para que  el  hombre se  haga  Dios,

y   así,  el  término  del   señorío   y  la   iluminación

no  es  dejar  al  hombre  en  sí  mismo

sino  hacerlo  uno   con  Dios

y Dios  por participación.

El  Patriarca sube  ahora

de  Nazareth  a  Jerusalem

para  celebrar  la  Pascua.

Va  con  María,  su  esposa,  y con  el Niño, pero  el  Niño

ya  no  es recién nacido.

Ha crecido  en  edad,   y en  sabiduría,  y en  gracia,

y ha  llegado   a  ser  de  doce  años.

Llegan,  pues,  a J erusalern,

y asisten  al  Templo,

y comen   del  sacrificio  del  Cordero.

Pero   como   José   es  justo

y María la  justicia misma,

aquel rito de  la  Pascua no  queda en  ellos  vacío.

Dios  le  da  algo  así  como  la  virtud  y gracia   de  ese rito

pues,  al  volverse  ellos  de  Jerusalem,

encuentran  que  han   perdido al  Niño Jesús

10

Esta  pérdida del  Niño es para san  José  y  la  Virgen

como  la  realidad de  aquel rito  de  la  Pascua

que  acaban de  inmolar.

En la  privación y desamparo de  Dios

ellos  pueden  decir,  buscando  al  Niño,

como  decimos   nosotros  los  cristianos,   cada  año:

-Cristo,  nuestra Pascua,  ha  sido  inmolado.

Le  buscaron  camino  de  un día

y  al  cabo  de  tres días  lo  hallaron.

Pero  en  esa pasión  de  un día

y en  esa  muerte de  tres,

san  José  y la  Virgen padecieron un  dolor

no  humano  solamente,  sino  dado por  Dios,

es  decir,

un  pregusto  del  misterio de  la  Cruz.

Y por eso  este  viaje

es el viaje  sacerdotal.

Porque  aquí  san  José sacrifica  el  Cordero,

y  él  y la  Virgen y el Niño

comen   de  este  Sacrificio,

y  de  una  manera  altísima  y enteramente   espiritual

participando  ellos  de  la  inmolación  figurativa

con  la  pérdida del Niño

ellos  mismos vienen  a  ser  como  inmolados.

Y así  el  camino  de  este  viaje

es  un camino  sin   camino.

De  nada   sirve  aquí correr,  ni  querer;

el que  busca  no  sabe  a dónde va.

Va,

pero   a  todas  partes o  a  ninguna:

este  camino  es un punto,  un ir  sin  ir

hasta  que  Dios hace  misericordia

y  por su  misma   ausencia y pérdida

la  criatura es reformada y  deificada.

11

Anduvieron  camino   de  un  día, nos  dice  el  Evangelio,  y,

no  habiéndolo  hallado,

se  volvieron a  Jerusalém  buscándole.

Y  sucedió  al  cabo  de  tres días

que  lo  hallaron en  el  Templo,

sentado,

en  medio   de  los  doctores.

Es ésta la  primera vez que  el Evangelio

nos  muestra a  Cristo sentado,

es decir,  en  actitud de  enseñar.

¿Qué  irá a  decir?

La  Virgen  le  dice:   -Hijo,

¿por  qué  has  hecho   así  con  nosotros?

Mira  cómo  tu  padre  y yo

angustiados  te  buscábamos …

Y el  Niño:  -¿Qué  razón   había

para que  me  buscaseis?

Y  respondiendo  directamente a ese tu  padre

de  las  palabras  de  la  Virgen,  le  dice:

-¿No  sabíais   que   en  las  cosas  de  mi  Padre

a  mí  me  corresponde  estar?

Enorme  revelación.

Esta  es la  primera· palabra de  Cristo,

su  primera enseñanza:

la  revelación del  Padre.

Es la  primera –

y  la  última,   y la  única.

Y  todo   el  evangelio  no  será  sino  eso:

dar a  conocer  al  Padre.

Y toda  la  pasión  no  será  sino  eso:

obedecer  al  Padre, enseñar   a  ir  al  Padre.

Y cuando  expire  en  la  cruz,  dirá:  -Padre,

en  tus  manos   encomiendo  mi  espíritu,

y  consumará  así,  con  esa  última  palabra

de  su   sacrificio,

esta  primera palabra  suya  de  niño

de  doce  años.

Jesús  está  en  el  Padre.

Su  respuesta  a  la  Virgen  destruye  todo  el  sentido  humano

de  ese  nombre  de  padre dado   a  san  José,

y  este  misterio  es  como  la  primera  llamarada

que  revela   la  vida  íntima  de  Dios.

Dice  el  Evangelio  que  ellos

no  entendieron  la  palabra:

pues  en  la  vía  unitiva no  se  trata  de  entender

sino   de  recibir  y  guardar.

Y dice  luego  que  el  Niño  descendió  con ellos,

y vino a  Nazareth,

y les  estaba  sujeto.

¡Admirable  unión  con  Dios!

Dios  está  sujeto  a  la  criatura.

El  cuchillo  sacerdotal,   el  cuchillo  del  sacrificador

de  tal  manera  ha   inmolado  la  voluntad  caída,

que  ya  no  hay  dos  voluntades,  sino  una,  la  de  Dios,

y  así,  es lo  mismo   decir

que  Dios  está  sujeto  al  hombre

o  que  el  hombre  está  sujeto  a  Dios.

Revelado  el  Padre,

mi  alimento  es  Cristo

y  yo  soy  alimento  de  Cristo:

Yo  en  Cristo

y  Cristo   en   mí:

como  Cristo  en  el  Padre

y el  Padre en  Cristo.

La  perfección  del  amor excede   al  entendimiento.

La  palabra  puede  no  ser  entendida

con  tal  que  sea  guardada:

con  tal  que  sea  guardada  por María,

y  guardada en  el  corazón.

Descendió,  pues,   con  ellos,

y vino   a  Nazareth.

¿Qué  hará  ahora san  José  en  Nazareth? Lo  que  ha  hecho  siempre.

Callar,  obedecer,

buscar el  pan   de  cada  día.

La  vida  de  san  José  es toda  ella,  exteriormente,

una vida   común.

Dios  reveló  a  su  Hijo  a  san  Juan  Bautista

para  que  lo  señalara  con  el  dedo,

y a  san  Pablo

para que  lo  predicara a  todas  las  naciones.

Esos  santos  fueron  enviados,

tuvieron una  misión,

la  vida  de  ellos  fue  una  vida pública.

Pero   a  san  José  Dios  le  reveló   su  Hijo

para que  lo  ocultara y guardara.

Aquellos  santos  predican, éste   calla:

aquéllos  luchan,

éste  crece.

San  José  crece  siempre …

12

[Qué  gran   santo!   Por fuera,

en  la  obediencia de  las  ocupaciones

diarias su  vida  es idéntica  a  la  nuestra.

Pero por dentro,  en  su  alma,

su  vida  es un abismo,

es  un  inmenso  océano.

Si  un  hombre quisiera recoger el  mar

y llevarlo en  el  hueco   de  sus  manos,

¿no  sería  ciertamente  un necio?

Pero   si  un hombre recoge  uno de  esos  caracoles

que  algunas  tormentas  suelen  arrojar a la  playa,

¿no  tiene   consigo   algo  del  mar,

y no  puede   oír, aplicándolo  al  oído,

algo  así  como  el  rumor de  las  olas?  Ciertamente:

La  vida  de  san  José  es la  vida  de  san  José.

Lo  que   fué  esa vida   en  sí  misma,   yo  no  lo  sé,

creo  que  nadie   puede   saberlo,

espero   que   lo  sabremos   todos   en  la  visión  de  Dios.

Pero,  de  lo  que  yo  sé,  es decir,

de  lo  que  enseña  la  Iglesia,

de  lo  que  de  ella  recibo   y  puedo yo  llevar,

ved  ahí  que   he  querido  hacer esta   tarde

algo  así  como  el  caracol  marino,  y,

con  ese  esquema  o  artificio  de  los  40  años,

y el  día,  y la  noche,  y  los  tres  viajes,

he  intentado  algo  como  una espiral,

algo  que  por  su   disposición  misma   va  siempre

como  desenvolviéndose,

y  que,  puesto  en  el  oído,

nos  da  las  voces de  un  mar  –

inmenso,  que  no  vemos,

que  solamente  lo  percibe el  oído,

que  lo  creemos  lejos

y está  muy  cerca  de  nosotros.