En Uruguay

 4.-En Uruguay (1942 -1968)

El 28 de abril de 1942 Antuña vuelve al Uruguay para radicarse aquí. Su salud, que había contribuido a adelantar su jubilación, lo obliga a vivir un tiempo en Lezica . Tiene 48 años y piensa poderse dedicar tranquilo a completar su obra sobre la Misa que venía preparando desde hacía unos años, y cuyos capítulos eran la sustancia de sus conferencias.

Al retorno de Río en diciembre de 1943 se instala con su señora en una casa en Montevideo, en las calles Ciudadela y Paysandú. Tiene a un paso la Iglesia de Lourdes, de los PP. Palotinos, donde por ese entonces un sacerdote alemán exilado de guerra, el P. Agustín Born echa las bases de lo que será el Apostolado Litúrgico. Dimas Antuña será invitado a hablar allí con cierta frecuencia, así como en el Club Católico, donde funcionaba la Academia de Estudios Religiosos que dirigía Mons. Miguel Balaguer.
En 1947 se edita en Buenos Aires su último libro: El Testimonio precedido de un prólogo en el que se traduce un balance de experiencias del Antuña maduro. Una verdadera joya estilística y de profética penetración, por el diagnóstico del mal espiritual de su época, que consideramos válido también para la nuestra.
El Testimonio le da ocasión de reimprimir en un solo volumen El Cántico, Mon Brésil, El que Crece y buena parte de sus poesías y colaboraciones en la revista Número.
Pero en 1950, a la edad de 56 años, se ve obligado a buscar nuevamente un trabajo. Con él cesa forzosamente su actividad creadora. De ese año son las últimas conferencias que escribe. Una en relación con el Año Santo. La otra –única que no tiene carácter religioso- sobre Montevideo, fue propalada por el Sodre.
El Año Santo de 1950 pone punto final a sus escritos y se abre para él una etapa de silencio que será la última de su vida. En 1966, próximo a su muerte, se muda con su esposa al barrio Pocitos.

Su muerte

Dimas Antuña falleció con pleno conocimiento en su domicilio del barrio Pocitos asistido por el capuchino Fray Conrado, el 24 de agosto de 1968, víspera de la fecha patria, a los 74 años de edad.
Sus restos mortales descansan en el Panteón de la familia Antuña, en el Cementerio Central de Montevideo, contiguo al Panteón Nacional, apenas camino por medio, a mano izquierda. Ninguna inscripción lo recuerda. Algún día podrá señalarse su sepultura con una placa recordatoria.

Los sentimientos de Antuña hacia esta tierra en la que nació y reposa, nos los trasmite el estudio que dedica a Zorrilla de san Martín y su Tabaré en Israel contra el Ángel. Desde el alto mirador porteño de la torre Güemes, donde gustaba subir, en ciertos días muy claros, ve dibujarse a lo lejos la línea de la costa uruguaya: un reborde que todos pueden ver, una costa que muchos conocen, pero que, sin embargo, solamente los orientales reconocen. “Yo soy oriental: esa línea plomiza que subraya el horizonte es mi dulce tierra.” (17)