Asi lo Vieron

Jul 16, 2020

Mons. Miguel Balaguer

Mons. Miguel Balaguer, Obispo de Tacuarembó Uruguay escribió de él: “Era un hombre de un conocimiento enorme de la Liturgia sobre todo de la santa Misa, y yo lo invité para dar unas conferencias sobre ese tema en la Academia de Estudios Religiosos que yo dirigí por muchos años, en el local del Club Católico hasta que esta institución empezó a restaurar su edificio social. Las mismas fueron extraordinarias y lo afirmo por conocimiento directo por haberlas oído.

Lo que dice Real de Azúa1 me sorprende, pues yo, estando en el puesto estratégico de la Curia en la cual trabajé por treinta y dos años nunca oí semejante cosa. Sería gente de tertulia de café la que habrá recelado, ciertamente por su intensa religiosidad; pero los chismes de esos ambientes ‘tan autorizados’ no llegaban a la Curia”.

Recuerdos del Padre Pablo Sáenz OSB

Su ahijado de confirmación, el P. Pablo Sáenz OSB escribió2 el siguiente recuerdo de su padrino:

“Es cierto que papá3 era muy amigo de él, que ambos se querían muchísimo, que entre ellos existía una amistad nobilísima de muchos años. Desde que tengo uso de razón lo recuerdo a Dimas como amigo de Papá. Él fue mi padrino de confirmación. A pesar de todo esto, yo personalmente tuve pocas relaciones con él, quizás en parte por haberse trasladado a vivir en el Uruguay. El recuerdo que tengo de Dimas, desde el más antiguo hasta el último, es el de una persona extraordinariamente buena, y tan espiritual que prácticamente sólo se podía hablar de cosas espirituales con él. La última vez que lo vi fue en casa de Papá, poco tiempo (¿unos meses quizás?) antes de su muerte. Recuerdo que hizo un largo comentario sobre el libro de Durrwell sobre la Resurrección, y que al despedirse nos pidió a Papá y a mí que rezáramos juntos una Salve. Nos arrodillamos los tres, y yo tuve clarísimamente la sensación de que era la despedida definitiva, como de hecho lo fue.

Dimas perteneció al grupo de amigos que luego integraron en arte el primer plantel de los Cursos de Cultura Católica, y que frecuentaba San Benito. De chico recuerdo haberlo visto muchas veces allí, en misa cantada o en Vísperas. Yo creo que el amor de Dimas a la liturgia creció en la Abadía. Creo que si hubo un monje que tuvo influencia sobre su vida espiritual fue sin duda el P. Eleuterio González, a quien Dimas admiraba de un modo visible.

He estado revisando en casa los papeles que dejó Papá para ver si encontraba algo que le interesara. (Y ésta es una de las causas de la demora de mi contestación). Desgraciadamente Papá no conservaba las cartas. La que se publicó en la revista “Universitas” y que reprodujeron las hermanas de Santa Escolástica, es, efectivamente el trozo de una carta dirigida a Papá con ocasión de un trámite de cobros de una jubilación.

Usted me pregunta datos sobre mi padre. Su nombre completo es Carlos A. Sáenz. Su curriculum es muy sencillo. Nació en 1984 en La Plata, y murió en 1976, hace justo un año. Se casó en 1921. Tuvo cinco chicos. Fue abogado. Ahora, si Usted me pide que le hable de él, ya no me animo a hacerlo por carta. Lo único que le digo es que es la imagen de Dios más maravillosamente pura que he conocido. Si algún día tengo ocasión de verlo a Usted personalmente, quizás me sea más fácil contarle algo.

En cuanto a lo que Usted me pregunta, es a saber si Dimas y Papá trabajaron juntos en algo, no sé. Ambos publicaban sus ensayos en las mismas revistas, comenzando por “Signo”. Sé también que en una época compraban juntos los libros que encargaban a Europa, y que luego se reunían para comentarlos. Pero Papá comentaba poco todo esto a nosotros sus hijos que éramos bastante chicos.

La última vez que estuve en Buenos Aires traté de localizar a algún viejo amigo de Dimas. El esfuerzo me resultó muy difícil. Casi todos los que yo podía conocer han muerto. El Dr. Tomás Casares murió también en 1976. (Dimas tendría ahora ochenta y dos u ochenta y tres años, si no me equivoco). Cuando pueda, trataré de ver a Juan Antonio Spotorno, bastante más joven que él, y que es el único sobreviviente del grupo de amigos. Si tiene algo interesante guardado de él, le voy a pedir que se lo mande.

Yo conservo una sola carta de Dimas. Le mando con ésta una copia. Yo creo que esa carta dice mucho más que todo lo que yo puedo decirle, y que contesta en parte a sus preguntas. En San Benito, si no me equivoco, hay algunas obras de Dimas, además de la colección de revistas donde él publicaba sus colaboraciones. Desgraciadamente no puedo decirle con precisión qué hay, porque para eso necesitaría ir a Buenos Aires y tener allí un poco de tiempo, lo que rara vez sucede. A pesar de todo, en cuanto pueda, voy a tratar de averiguar qué hay, si es que le interesa, aunque pienso que no ha de haber nada que su mujer no tenga en su casa. En todo caso avíseme.

Le reitero mis excusas por la demora en contestarle. Créame que su carta me interesó muchísimo por tratarse de alguien a quien he querido muy hondamente. Si tiene ocasión de ver a la Sra. De Antuña, le ruego le haga llegar mis respetos. Su hermano siempre afectísimo en Cristo. Firma: P. Pablo Sáenz OSB.

Retrato hablado por la Hermana Agueda Fernández4

Hemos recogido de la Hermana benedictina Rosa Fernández Alonso que lo conoció en el fecundo decenio del 40, esta semblanza de Dimas Antuña. Compulsada con numerosos testimonios y opiniones, juzgamos que lo dibuja fielmente.

“Lo conocí en 1943 o 1944 y lo traté con bastante frecuencia hasta 1948. Era de estatura mediana, más bien delgado, de cabello negro –entonces ya algo canoso- de tez más bien morena. Su salud frágil había sido la causa de una estadía en Colón en 1942 y también, según creo, de su jubilación.

Lo que más me impresionaba en él era su constante actitud de hombre de oración. Leía y más que leía estudiaba cuidadosamente, publicaciones sobre las diversas disciplinas sagradas: exégesis, liturgia, teología. Esta manera suya de profundizar en su fe por un estudio serio se puede ver no sólo por lo rico de su pensamiento, sino a través de los libros usados por él, cuidadosamente subrayados y anotados.

Su misma conversación estaba como protegida por un silencio: no se perdía en temas banales ni se refería a su persona y a su vida. Su palabra fluía lenta pero en períodos claros y rítmicos.

De sus escritos conozco lo que está publicado. Por el año 45 me leyó varios poemas, entonces inéditos, pero luego publicados en El Testimonio.

Me inclino a creer que Dimas corregía minuciosamente sus trabajos, ya que como dije antes, su pensamiento fluía con suma precisión en los conceptos y equilibrio rítmico en la expresión. Nada hace pensar que hubiese en él el menor afán de preciosismo. Algo de esto se trasluce en el Prólogo de El Testimonio (ver pág. 9).Pero la belleza y hondura que se encuentran en sus escritos –trabajados o no- muestran al hombre cuya pasión era la contemplación, al esteta de finísima sensibilidad, al silencioso que todo lo hacía con sencillez y nunca con descuido.

Esto último tuve ocasión de apreciarlo desde otros ángulos. Uno de ellos: el cuidado con que estudiaba la diagramación de sus trabajos cuando se pasaban a máquina antes de una conferencia o en vistas a su publicación. En lo publicado y que yo conozco, donde mejor se aprecia este aspecto es en su libro La vida de San José. Dedicó atento cuidado a la preparación de los originales de El Testimonio. En ellos pude apreciar la belleza de una distribución equilibrada del texto. Al pasar a la imprenta, la necesidad de no hacer muy costosa la edición obligó a achicar la letra y a suprimir muchos espacios blancos.

Otro recuerdo vinculado a su sencillez en la que no se mezclaba el descuido, es el de los momentos en que leía sus escritos, ya en privado, ya para algún grupo. Los lugares en los que se le invitaba en Montevideo, con cierta frecuencia eran El Apostolado litúrgico del Uruguay y uno sin nombre oficial y sin sede propia, formado por personas a las que atraía la espiritualidad benedictina. Al comenzar Dimas a leer –poesía o prosa- su figura parecía entrar en la penumbra y su voz clara, suave y armoniosa ocupaba ella sola toda la atención. Esto, unido al ritmo de que ya he hablado, hacía que su pensamiento penetrase en quienes le escuchábamos no sólo como conceptos dirigidos a la inteligencia sino como algo, que creando una profunda atmósfera de silencio y aquietando los sentidos, nos envolvía y ayudaba notablemente a gustar lo que exponía y que se refería siempre de algún modo a las maravillas de Dios manifestadas en la naturaleza o donde quiera que se revelara.

Dimas fue un alma intensamente eucarística. Cuando vivía a la vuelta del Santuario de Lourdes que regían los Padres Palottinos él solía ir a esa iglesia a rezar. Yo trabajaba en ese entonces con el Padre Agustín Born en el Apostolado Litúrgico y me cruzaba a su casa, encontrándome con Queca, como llamábamos a su esposa Angélica, si Dimas estaba todavía en la Iglesia, orando. En los encuentros con Dimas, él me dijo de su alegría al ver que Queca leía los Santos Padres y otros libros piadosos, sin necesidad de que él se lo aconsejara. Después cuando volví a verlo, vivía en el barrio Pocitos, cerca de la Parroquia por tener un sagrario cerca de su casa.

Ignoro cuáles fueron las alternativas de su última enfermedad. Lo único que supe de él después de una última visita en 1966 fue que este varón silencioso entró definitivamente en la Plenitud de Dios el 24 de agosto de 1968.”

Recuerdos de su sobrino Alejandro Antuña Urruela5

El papá (Pedro), lo llevaba a todos lados y fueron a visitar a Dimas a Bs.As. cuando su padre compró allí un reproductor. Pedro, su padre, trabajaba los campos de la sucesión Mouriño, que luego pasó a ser de Carlos Algorta, porque se casó con una hija de Mouriño. Más tarde, Dimas se vino de la Argentina a Colón en Montevideo. Falleció en Pocitos.

Era un hombre parco.

Angélica era una mujer muy alegre y gran conversadora. Dimas le llevaba 12 años. La mamá de Angélica le dio a Nora su última hija para que ellos la criaran ya que no pudieron tener hijos. Luego que pasó el tiempo, como ella no quedaba embarazada, Angélica se hizo unos estudios, y resultó que tenía útero infantil.

En agosto de 1968 en la primera quincena, más o menos entre el 5 y el 11, lo fue a visitar en Montevideo con su hijo Pedro, ya que era época de la Rural, y notó que Dimas estaba mal.

Dimas le regaló al chico unas monedas, y se rascaba el lóbulo parietal.

Su muerte fue a raíz de un infarto cerebral.

Alejandro notó el cambio en su mirada, tenía la mirada extraviada, que no parecía el mismo. No tuvo parálisis.

Alejandro llamó a María del Carmen, su tía, hermana de Dimas, que aunque ella iba por las tardes, no se había dado cuenta lo mal que estaba Dimas. Le pidió que le consiguiera un sacerdote. María del Carmen vivía en Sierra y Madrid. Dimas murió de un derrame cerebral.

Era un hombre parco, serio que no le gustaba sobresalir en nada. De temperamento fuerte, un hombre de carácter, no era genioso, sino firme en sus convicciones. Era extremadamente sencillo. Fue de visita al campo muy pocas veces. Él estaba para su trabajo y era reservado como todos los hombres de la familia. No le gustaba el football.

La gente de la época no lo entendió. Incluso no lo entendió el clero.

Cuando fue secretario de Torres, Ministro de economía, porque estaba muy corto de pesos, le pidió un cargo. El Ministro le ofreció un cargo si se afiliaba al partido, pero Dimas se negó a la afiliación.

Luego que pasó esa época, cuando mejoró su situación, ellos ayudaban a familias mensualmente con dinero.

Dimas trabajó en la embajada de USA, era el encargado de cuestiones laborales, era informante del embajador.

Su ida a Bs. As. era porque fue a buscar sustento para la familia, ya que su padre se moría. Luego el padre resultó que vivió hasta los 88 años, y al final él no fue el que sustentó la familia, sino su hermano Pedro, el papá de Alejandro.

Dimas conoció a Queca su esposa en la Acción Católica. El suegro de Queca era compositor de caballos en Palermo, tenía una manzana entera de stoods.

Dimas era amigo de unos judíos católicos. Ellos lo llevaron a Brasil a dar unas conferencias.

Alejandro fue a una de sus conferencias, dada en Mercedes, y no le entendió su contenido. Hablaba con un nivel académico, que no resultaba fácil entenderle. Su cuñado Bausero era Batllista, ateo.

Recuerdos de Margot Bausero Valla

Recuerdos de Margot Bausero Valla

Lo que me contó de Dimas, que le decía el Tata, era que era un hombre manso y tranquilo. *Era amorosooo*. pongo asterisco porque no encuentro las comillas en el teclado.
Durante dos años ella iba todos los días a su casa, porque se respiraba un clima de paz y recogimiento.
*Era un hombre bueniiiisimo*. Me ayudaba a hacer los mapas con una paciencia!*
La Queca era una santa, santasa! iba todos los días a misa, era muy alegre y después que el Tata se murió iba al Cottolengo todos los días a trabajar. Se lo tomó muy en serio! Era una santa y una despojada, Nunca tuvieron nada y siempre estaban contentos, O sea lo tenían todo!
Chichi era muy hermosa, pidieron una vez su foto para hacerle la cara a la Virgen en un cuadro.
El tema es que cuando Chichi se murió, y desarmaron la casa, había tanto libro religioso, de santos etc, que no sabían qué hacer con ellos… intentó donarlos pero nadie los quería, hasta fueron al Opus a entregarlos.  Al final consiguió un interesado que era revendedor.
Ella quedó en buscar algo más y mostró interés por los escritos de Dimas.
Quedó impresionada de que hubiera personas interesadas por sus escritos.

1 Monseñor Balaguer se refiere al siguiente escrito de Carlos Real de Azúa: “Dimas Antuña (1894), por fin, que ha llevado una vida virtualmente errabunda entre el Brasil, el Uruguay en que nació y la Argentina en la que aparecieron sus dos singulares libros: Israel contra el Ángel (1921) y El testimonio (1947) y en donde logró sobre ciertos núcleos de intensa religiosidad un magisterio (un magisterio en hondura) que algunos recelaron. Respecto a Falcao Espalter – prosigue Real de Azúa que acaba de referirse a él antes que a Antuña- bien podría representar la otra cara de la Fe: centrada en la intimidad y sus posibilidades de apertura, humildad y poética emoción ante el misterio y la maravilla de la vida”. [Antología del Ensayo Uruguayo Contemporáneo, Universidad de la República, Dpto. de Publicaciones, Montevideo, Uruguay 1964 (Serie: Letras Uruguayas Nº 5) Tomo I, p.36]

En realidad, Real de Azúa valora la obra de Dimas reconociéndole una mayor profundidad e interioridad religiosa que la de Falcao Espalter, que representaría “la cara de la fe que mira al mundo”, y cuyo libro “La Colina de los Vaticinios” – por ejemplo – es más bien una apología de Roma y su significación en la historia y la cultura, escrita de cara al mundo político de las décadas 1920-1930: el fascismo, el comunismo, el tratado de Letrán, etc.

Puede decirse que la obra es más bien una exaltación de la Iglesia de carácter apologético. No hay, por el contrario, en la obra de Dimas Antuña intención apologética, pero sí celebración de la condición bautismal.

2 Carta del 25 de abril de 1977, escrita desde la Abadía San Benito, Luján, Argentina, a la Hna. Águeda Fernández que estaba en el Monasterio Santa María Madre de la Iglesia, en el Pinar, Canelones, Uruguay.

3 El Dr. Carlos Sáenz

4 La hermana benedictina Águeda Fernández

5 Hijo de Pedro Antuña Gadea