El Bautismo

Publicado en la revista Gladius. 20 (2003) Nº 56, pp. 11-30
Conferencia pronunciada en 1945 en la catedral de Mercedes (Uruguay). El orador analizará, como es obvio, el ritual del Bautismo tal como se administraba en aquel tiempo.
Aunque aquel ha sido cambiado, el contenido teológico conserva toda su actualidad (N. de la R.).

EL BAUTISMO es el tema de nuestra reunión esta tarde. Puerta del Reino de Dios y luz que nos permite verlo, el BAUTISMO es nuestro nacimiento en Cristo. Corresponde en el orden sobrenatural de la gracia a la generación y nacimiento del hombre a la vida.

Se pregunta Santo Tomás por qué dice el Señor a Nicodemo que quien no nace de nuevo por el BAUTISMO no puede ver el Reino de Dios, y responde: –Siendo así que la visión (el acto de ver) es un acto de la vida, a diferentes formas de vida corresponden diferentes visiones: «Secundum diversas vitas, diversae sunt visiones».

El hombre animal no puede percibir las cosas de Dios; el Espíritu Santo de Dios lo investiga todo, ¡etiam profunda Dei! El conocimiento corresponde así a la vida y nadie pretenderá ciertamente que en ese ojo que solemos ver sacar del agua sucia al hipopótamo, está la luz de contemplación adecuada para advertir la Transfiguración del Señor.

El BAUTISMO, pues, al comunicar al hombre un nuevo ser le da la forma de vida que le permite ver el Reino de Dios. Y por eso este sacramento es llamado también ILUMINACION.

Al tratar de él esta tarde yo espero usar de todas las ventajas que me dan mi posición en la Iglesia y la circunstancia (feliz) de dirigirme a vosotros. Lo primero, mi posición en la Iglesia discente, enseñada, me manda CONFESAR, ATESTIGUAR, no enseñar.

Lo segundo, el dirigirme a vosotros, señores, que sabéis tanto como yo (y mejor que yo) todo lo que la doctrina común nos enseña acerca del BAUTISMO, me permite fundarme en esa misma doctrina y adelantar fraternalmente con vosotros procurando alguna inteligencia. Durante la Octava de Pascua, en la antigüedad, en Roma, los cristianos visitaban el Bautisterio de Letrán y el Santuario de la Cruz, donde habían sido confirmados.

Aquellos hermanos nuestros entendían hacer así UNA PEREGRINACION a los lugares de su nacimiento. Esta peregrinación la hacemos todos, hoy, cada vez que el Señor nos da la gracia de asistir a un bautismo o de meditar sobre este gran misterio.

En las meditaciones es corriente (y útil) hacer una composición de lugar. Los actos oficiales de la Iglesia, es decir, los actos jerárquicos de la divina Liturgia, nos dispensan de ese trabajo de imaginación, pues el lugar está compuesto: es el espacio litúrgico, la iglesia como casa, el bautisterio, es decir, todo ese ámbito sagrado, y consagrado, dentro del cual se desarrollan nuestros ritos. Además, nueva ventaja, los ritos de la Iglesia son sacramentales, es decir, visibles, y ordenados en actos en los cuales participamos.

No hay «espectadores» en la Iglesia de Dios: espectáculo hemos sido hechos, y así un BAUTISMO es algo que va desarrollándose dentro de un espacio concreto (la Iglesia, el bautisterio) y mediante actos visibles en los cuales actuamos. Estos actos comunican al que se bautiza el misterio que la fe nos descubre.

Yo fui bautizado a poco tiempo de haber nacido en una parroquia de campaña. No tengo, pues, el consuelo de poder recordar de una manera sensible aquel momento de mi nacimiento para Dios que considero lo más noble, acaso lo único noble, de mi vida. Pero muchas veces he pensado en él, sobre todo cuando tratando con tanta gente como se suele encontrar en algunas ciudades, he oído preguntar a unos y a otros y ¡en qué circunstancias! SI VALE LA PENA DE HABER NACIDO.

Quien llega a hacerse esta pregunta sin ligereza es porque ha sentido de algún modo qué horror de engaño y deficiencia enmascara la vida. Los griegos, en el auge de su cultura, no por un movimiento ciego de pasión sino en la lucidez más serena del juicio reflexivo, hallaron que, lo mejor, para el hombre, era NO NACER, o, DE HABER NACIDO, el MORIR CUANTO ANTES. Por otra parte, sabemos que el Señor dijo de uno de sus mismos discípulos: — Mejor hubiera sido para ese hombre EL NO HABER NACIDO.

¡Unas y otras, terribles palabras! ¡Terrible alternativa la del hombre, señores, delante de sí mismo! Sé que la vida natural me defrauda y no sé si mi nombre está escrito en los cielos; racionalmente no tengo qué responder a Platón y, ante un misterio que me excede, a quien insista en preguntarme SI VALE LA PENA DE HABER NACIDO sólo puedo responderle (pero esta respuesta en mí tiene una plenitud triunfante!) que VALE LA PENA HABER SIDO BAUTIZADO.  Sí, el «sentido trágico de la vida» es lo único lógico y valiente en el hombre, pero LA VIDA EN CRISTO es más profunda que la vida trágica.

Y la tragedia –que es la mayor nobleza de la naturaleza humana herida– en Cristo se resuelve en Liturgia.

A veces he pensado que aquella postulación de la muerte de la sabiduría antigua era una postulación –inconsciente, acaso sapiencial– del BAUTISMO. No nacer es lo mejor para el hombre si ha de condenarse, y, para el hombre nacido, morir pronto es lo mejor, es decir, lo mejor es ser BAUTIZADO cuanto antes muriendo así, en Cristo, a la vida deficiente de una naturaleza que Dios sobre-elevó desde el principio y que recibimos, no mutilada, pero sí HERIDA.

Los ingleses llaman «To realise» (Newman usa mucho esta palabra) a eso que los franceses llaman la «prise de conscience» de una realidad, y que nosotros, con fuerte expresión española, llamamos «caer en la cuenta». Nuestro conocimiento tiene grados de intensidad, de claridad, de unidad… Entre el saber corriente y más o menos a bulto de una cosa y el penetrarla, el caer en la cuenta de ella, hay mucha diferencia.

La «realización», la «prise de conscience», es el conocimiento íntimo de algo por atención detenida, quieta y sosegada, que hacemos a ello.  Pasamos así del ejercicio conceptual-discursivo que es «ejercicio de caza»: –Venare quod quid est, ‘ir a la caza de lo que es’ según Santo Tomás, a una vista sencilla que de algún modo posee el objeto conocido y descansa en él. Realizamos el concepto, vemos la cosa, caemos en la cuenta, al saber sobrio se une en esta vista sencilla el sabor recto, y todo en el hombre que contempla parece que se vuelve luz y gozo de la verdad.

Os invito, pues, señores, fundados todos como estamos en la doctrina común de la Iglesia, a «realizar», en el sentido que he dicho, aquel acto de nuestro bautismo que recibimos en la infancia y del cual no tenemos un recuerdo directo. Párvulos, hemos sido bautizados con el rito de párvulos. Fijemos, pues, nuestra atención en ese bautismo que hemos recibido, es decir, en aquel acto de la Iglesia que nos afectó a cada  uno personal y directamente, y del cual depende, ahora mismo, nuestra vida para Dios.

Consideremos el rito del BAUTISMO. A fin de no ser prolijo, voy a detenerme solamente en el «drama», es decir, en «lo que se hace» en la administración del sacramento, reservándome interpretar esas acciones a la luz altísima de la doctrina que contienen las acciones de la Iglesia, que las previenen, las acompañan o las concluyen.

Podemos distinguir cuatro momentos en el Bautismo (hablo siempre del bautismo de párvulos). Tres son de preparación, y el último es el bautismo mismo. Estos actos se caracterizan por ceremonias que tienen lugar en cuatro lugares diferentes. Por comodidad de lenguaje, y teniendo en cuenta esos lugares, llamaré a estos cuatro actos del BAUTISMO:

Primero: EL DIALOGO IN LIMINE.

Segundo: EL PROCESO DE LA ENTRADA.

Tercero: LA OBRA DE DIOS ANTE LAS PUERTAS DEL BAUTISTERIO.

Y Cuarto: EL BAUTISMO.

Esta división no es arbitraria. En su forma actual abreviada, esos cuatro actos corresponden esencial y exactamente a los cuatro períodos, que, en la disciplina antigua, iban desde el ANUNCIO DEL BAUTISMO PASCUAL hasta el día, de gloria, de la regeneración. Imaginaos, señores, aquel anuncio del bautismo pascual.

Los Diáconos al comienzo de la Cuaresma, ya en las iglesias, ya recorriendo las calles, decían:

–Si alguno quiere ser iniciado en el SACRAMENTO DE LA FE, DÉ SU NOMBRE.

–Si alguno desea nacer de nuevo para la VIDA ETERNA, DÉ SU NOMBRE.

–Si alguno quiere ser bautizado en la PASCUA, DÉ SU NOMBRE…

Los cristianos formamos un cuerpo en Cristo pero no somos una masa amorfa, ni anónima. Dar el nombre es lo primero que nos pide la Iglesia, y ésta es también la primera interrogación en el bautismo de adultos: –QUO NOMINE VOCARIS? –Cómo te llamas?

No hay ningún sacramento más individual, más personal que el del BAUTISMO: anterior a la comunidad y a todas las relaciones en Cristo que le son subsiguientes, nos toma, uno a uno, en nuestra indigencia, es cierto, pero también en nuestra incomunicable, en nuestra inviolable individualidad, y no nos pide, como veis, una adhesión vaga, o un sentimiento, o un bien cualquiera, sino aquello que es más que la vida, más que el cuerpo y el alma –pues es el sostén de todo–, es decir, el NOMBRE; la expresión de la PERSONA, la palabra que en cada YO responde, y compromete, y entrega (o rehusa) todo nuestro ser.

Una vez en el Paraguay, visitando aquella antigua y venerable catedral de la Asunción, fui invitado por un sacerdote a retirarme. Llegado a la explanada del atrio vi que cerraban las puertas de la iglesia, y luego vi que en el umbral de una de aquellas puertas, un sacerdote, revestido de sobrepelliz y con estola violeta, se dirigía, en guaraní, a un grupo de gente humilde que estaba allí de pie, descalza. No olvidaré nunca aquella escena. De pronto el sacerdote habló en latín: QUO NOMINE VOCARIS?, y empezó aquel diálogo, el diálogo IN LIMINE, el diálogo sublime: ¡el Señor me hacía allí la gracia, –que valía bien un viaje– de permitirme asistir a un bautismo de adulto!

1.- El dialogo in limine

Sí, nuestro bautismo empieza por un diálogo. El primer acto del BAUTISMO es eso que he llamado EL DIALOGO IN LIMINE, el diálogo del umbral, y su desarrollo es así: El Sacerdote, que asume como tal la representación que él solo puede asumir, de toda la comunidad, puesto de pie en el umbral de la puerta de la iglesia, pregunta, por su nombre, al bautizando –que está extra limen, fuera del umbral– : –TÚ (supongamos que asistimos al bautismo de un niño que se llama PEDRO)

–Tú, PEDRO, ¿qué pides a la Iglesia de Dios? Y el niño (por boca de sus padrinos) responde: LA FE.

– Y ¿qué te dará la fe? –, y el bautizando responde: –LA VIDA ETERNA.

Entonces el sacerdote avisa: Si quieres la vida eterna (si tú pides aquí la fe a la Iglesia de Dios para tener vida eterna), serva mandata, guarda los mandamientos: Amarás al Señor tu Dios, etc. Tal es el comienzo del BAUTISMO.

Pero notad lo que sigue (y que en la disciplina antigua era lo que constituía la entrada al catecumenado): después de la interrogación en el umbral, el Sacerdote, allí mismo, fuera de la iglesia, sopla levemente, tres veces, sobre el rostro del bautizando, y dice, una vez:

–EXI AB EO, INMUNDE SPIRITU, ET DA LOCUM SPIRITUI SANCTO

PARACLITO (Sal de él, espíritu inmundo, y deja el lugar al Espíritu Santo Paráclito).

Luego signa a la criatura en la frente y en el pecho, diciéndole:

–ACCIPE SIGNUM CRUCIS TAM IN FRONTE QUAM IN CORDE (recibe el signo de la Cruz tanto en la frente como en el corazón). Luego impone su mano derecha sobre la cabeza del niño, y, finalmente, le da a gustar la sal.

En los libros antiguos de la Iglesia hallamos el Ordo del Bautismo debajo de la rúbrica: AD CHRISTIANUM FACIENDUM. Realmente que lo que hace aquí la Iglesia para hacer un cristiano es de una fuerza, de una franqueza, de un dramatismo admirables. Segura de que pedimos la fe, sólo la fe, y no para una situación transitoria –cívica o temporal– sino para vivir vida eterna, la Iglesia nos da todo lo que la fe trae consigo: es decir, EL SOPLO DE VIDA, soplo de la boca de Cristo, que arroja un espíritu para dar lugar a otro; y la IMPRESIÓN DE LA CRUZ que nos asocia cuerpo y alma, tam in fronte quam in corde a la victoria de Cristo; y la DERECHA EXTENDIDA, que es protección, obumbración (Protectio mea Pater!), toma de posesión por el Padre de la criatura que vivifica su Espíritu Paráclito y señala, para su gloria, la Cruz.

Y finalmente, después de un exorcismo admirable a la «criatura sal» (pero que paso por alto, pues apenas señalo en el rito los puntos de acción sobre el bautizando), el Sacerdote pone con sus dedos un poquito de sal en la boca de la criatura. La sal, raíz de la inmortalidad, principio de la incorrupción, sabor de la sabiduría que da el sabor recto a todas las otras cosas, restituye el gusto a la boca estragada por el pecado de origen.

Tal es el PRIMER ACTO del Bautismo, el preparatorio, el de la puerta de la iglesia, el del umbral, el que responde al pedido de la fe, y nos da en signos y palabras eficaces todo lo que la fe es para nosotros: soplo de vida, señal de victoria, derecha que protege de Dios, pábulo que sana, sal, sabor de sabiduría.

2.- El proceso de la entrada

Notemos ahora el segundo acto que he llamado EL PROCESO DE LA ENTRADA.

En la antigüedad comprendía una serie de exorcismos e instrucciones, para verificar la preparación de los candidatos al Bautismo.

Este período, llamado de los ESCRUTINIOS, tenía lugar a lo largo de la Cuaresma y ha dejado allí su huella magnífica en la orientación del Oficio y las Misas feriales. Su argumento general es LA LUCHA CONTRA EL DEMONIO y la posesión gradual de la criatura a quien se exorcisa y bendice, alternativamente, a fin de hacerla pasar del dominio del príncipe de este mundo al suave imperio de Cristo.

Nuestro rito tiene, pues, ese doble carácter: negativo, contra el demonio; positivo, por invocación del Padre sobre el niño. Empieza con un exorcismo, en que se conjura al demonio para que reconozca su SENTENCIA DE CONDENACIÓN y se aparte de una criatura a quien Dios llama. Este exorcismo termina con una nueva impresión de la cruz, pero esta vez en la frente, solamente, y hecha con amenazas contra el demonio. ET HOC SIGNUM Sanctae Crucis quod nos fronti ejus damus: tu, maledicte, NUMQUAM AUDEAS VIOLARE… (nunca te atrevas, maldito, a violar este signo de la Santa Cruz que hemos puesto en su frente).

Viene luego (parte positiva) una nueva IMPOSICIÓN DE LA DERECHA sobre la cabeza del niño, durante la cual el Sacerdote pide al Padre, autor de la luz y la verdad, que ilumine a aquella criatura con la luz de su inteligencia, y la purifique, y santifique, y le dé CIENCIA VERDADERA, y esperanza firme, y consejo recto, y DOCTRINA SANTA.

Notaréis que el BAUTISMO se desarrolla como el EVANGELIO, por exorcismos y bendiciones, y que así como el Señor antes de enseñar (pues ¿cómo hace entender a ciegos y enfermos?) continuamente LANZA DEMONIOS Y CURA, así también nuestro rito progresa por ACTOS DE IMPERIO contra el demonio y por invocaciones eficaces de la virtud de Dios sobre la Criatura.

Es que el BAUTISMO está lejos de ser una inscripción de fórmula en un registro de fieles. Acto de Dios por Cristo, este misterio toma a la criatura en su realidad concreta, tal como fue concebida, en pecado, tal como fue entregada, aun antes de nacer, por Adán, al demonio. Y así el Redentor libera a los que redime, y este exorcismo contra el poder de las tinieblas, con impresión de la Cruz y amenazas, y la nueva IMPOSICIÓN DE LA DERECHA, invocando la iluminación del Padre, autor de la luz, preparan el acto de la entrada.

Pues ved ahí, ahora, que el Sacerdote pone sobre la cabeza de la criatura el extremo izquierdo de su estola morada, y le dice, por su nombre:

–Pedro, INGREDERE IN TEMPLUM DEI UT HABEAS PARTEM CUM CHRISTO IN VITAM AETERNAM (entra en el templo de Dios para que tengas parte con Cristo en orden a la vida eterna), y a medida que va diciendo eso, entran todos, es decir, el Sacerdote y (llevado de sus padrinos) el niño, y se encaminan al Bautisterio, y, según se encaminan, van recitando todos juntamente, tanto el Sacerdote como (por sus padrinos) el niño, el CREDO y el PADRE NUESTRO.

Tal es el PROCESO DE LA ENTRADA: lo preparan un exorcismo, que termina con la impresión de la cruz en la frente, y una imposición de la derecha que invoca la iluminación del Padre, y luego viene la entrada misma, y, en los pasos de esa entrada, la confesión de la fe (el CREDO) y la oración (el PADRE NUESTRO).

De manera que nuestro salir de este mundo profano y nuestra integración en lo santo y sagrado no es sino debajo del poder sacerdotal de Cristo que designa la estola, y por uso y comunicación que se nos hace del poder victorioso de su Pasión (color violeta de la estola), y por un puro acto de la caridad del Padre (extremo izquierdo de la estola) que, del lado de su amor, de su corazón, nos viene. Y todo esto para que, integrados en el Templo de Dios, confesemos la fe, y teniendo parte con Cristo por conciencia de la adopción de hijos podamos decir al Padre Dios: PADRE NUESTRO.

Este CREDO y este PATER de nuestro ingreso al Templo de Dios, es decir, del momento en que –según la expresión de San Pedro– empezamos a ser contados como sus PIEDRAS VIVAS, es muy importante.

En la disciplina antigua y en el actual rito de adultos constituye lo que se llama: TRADITIO SYMBOLI, ORATIONIS DOMINICAE TRADITIO; esto es, la entrega del Símbolo, la entrega de la Oración del Señor.

¡Bienhaya este momento! Por él tenemos no solamente el deber sino también el DERECHO de orar. Y de orar como no pueden hacerlo ni el gentil, ni el judío, es decir, CON CONCIENCIA DE HIJOS, diciendo en Cristo, en un Espíritu, PADRE, a Dios! Y por él llevamos ese haz de rayos de la luz divina, ese Símbolo, que es el trofeo de nuestra victoria sobre el mundo, nuestra mirada que penetra los cielos: el CREDO.

Y notad ahora que esta procesión, humilde y pobre como pudo haberlo sido la de la presentación del Niño Jesús en el Templo, se detiene ante las PUERTAS o GRADAS del Bautisterio. Tenemos ahora el último acto preparatorio del Bautismo, lo que he llamado LA OBRA DE DIOS ANTE LAS PUERTAS DEL BAUTISTERIO.

3.- La obra de Dios ante las puertas del bautisterio

El Sacerdote se pone DE ESPALDAS a esas puertas y empieza de nuevo un gran exorcismo. Será el último. Conjura así nuevamente al espíritu inmundo para que se aparte de una criatura que Dios ha elegido para hacer de ella su morada, y, después de esa parte negativa viene el rito que llamamos EFETACION.

Reproduciendo la curación que hizo el Señor del sordo-mudo del Evangelio, el Sacerdote moja con su saliva el pulgar de su mano derecha (e.d., el dedo que significa VIRTUD, el dedo sin el cual la mano no puede hacer nada y que es lo opuesto del índice que significa discernimiento), y toca con el pulgar la oreja derecha de la criatura, diciendo:

— EPHETA, y luego la oreja izquierda, agregando: –quod est ADAPERIRE (esto es, ábrete). Luego toca la parte anterior de la nariz (sobre el labio superior), diciendo: –IN ODOREM SUAVITATIS (en olor de suavidad), y concluye: –Y TÚ AHORA, HUYE, DEMONIO porque HA LLEGADO, pues, TU JUICIO.

Esta «apertura de los sentidos» tiene una gran significación. De los sentidos nobles del hombre, la vista y el oído, y que son nobles porque se relacionan más que los otros al conocimiento, mientras no llegue la visión en la Patria, el oído es el mayor para el cristiano. El oído corresponde a la fe; la fe entra por el oído y así aquí nos son dados los oídos perfectos que anuncia el salmo mesiánico para la obediencia perfecta:

AURES AUTEM PERFECISTI MIHI (me perfeccionaste los oídos). Y de los sentidos animales, que son tacto, gusto y olfato, ligados mucho más que los otros sentidos a las miserias de nuestra caída, y acaso por eso mismo también, a los más altos misterios de nuestra transformación mística en Dios, el Sacerdote toca el órgano del olfato, es decir, la nariz, sentido de prudencia inteligente en el hombre y de discernimiento práctico, sentido que permite al cristiano percibir el buen olor de Cristo (el UNGIDO) y correr tras su Nombre, que es perfume derramado…

EPHETATIO CUM SALIVA: apertura, creación espiritual de los sentidos…

¿Qué hará ahora el hombre capaz de oír la PALABRA y de percibir el buen olor de CRISTO? Apto para la fe, orientado para la perfección moral, con capacidad –in odorem suavitatis– para su transformación en Dios por medio de la vida mística, si el hombre puede oír al Verbo y correr tras el perfume de Cristo es necesario que rompa todos los lazos.

Ved ahí, pues, ahora, la segunda parte de este último acto de preparación para el BAUTISMO. El bautizando denuncia el engaño de las cosas visibles, y como quien arroja a la basura un andrajo arroja de sí toda su vejez de vida: El Sacerdote pregunta a la criatura por su nombre:

–Tú, PEDRO ¿renuncias a Satanás? – y el bautizando responde: –RENUNCIO.

–¿Y a todas sus obras?

–RENUNCIO.

–¿Y a todas sus pompas?

–RENUNCIO.

Debajo de esta STIPULATIO (la fórmula jurídica romana en la cual el deudor era obligado a responder terminantemente con el mismo verbo con que era interrogado) aceptamos las obligaciones que nos presenta el BAUTISMO.

Pero esto es aún lo negativo: es renunciar a aquél que por el pecado de Adán tiene derechos sobre el hombre, renunciar a sus «obras», de pecado, y renunciar a sus «pompas», es decir, a esas apariencias de civilización y cultura con que, como ángel de luz, con maravillosa crueldad y EFICACIA DE ENGAÑO conduce el juego de este mundo.

Esta renuncia es el término que han hecho posible los EXORCISMOS y las ORACIONES de la Iglesia; destruimos así nuestra solidaridad con el SERÉIS COMO DIOSES del primer pecado.

Pero ved, el Sacerdote unge ahora a la criatura en el pecho y la espalda diciéndole: –EGO TE LINIO OLEO SALUTIS, es decir, Yo te unjo con el óleo de la salud, en Cristo Jesús, el Señor nuestro, para vida eterna. La OLEACIÓN del hombre despojado de todo y de sí mismo simboliza su inserción en el OLIVO verdadero.

Y así termina esta última parte preparatoria del BAUTISMO que hemos llamado: LA OBRA DE DIOS ANTE LAS PUERTAS DEL BAUTISTERIO, y que, como veis, es muy simple, pues consiste, después del gran exorcismo, en la «apertura de los sentidos», y, después de la triple renuncia, en la «unción» del pecho y la espalda.

Con oídos para la fe y discernimiento instintivo –por instinto del Espíritu Santo en nosotros– para las cosas de Dios, arrojamos la vejez de vida en la RENUNCIA, y luego, despojados de todo lo que RODEA y REVISTE al hombre viejo, somos UNGIDOS y en el pecho y la espalda, pues PECHO y ESPALDAS se necesitan, señores, para ser cristianos en este mundo!, y con óleo de salud: «Los santos óleos –dicen los Santos Padres (griegos)– introducen a Cristo».

Vamos a llegarnos ahora a la pila bautismal. Ha terminado todo lo que en el BAUTISMO es preparación: El DIALOGO IN LIMINE, el PROCESO DE LA ENTRADA y la OBRA DE DIOS ANTE LAS PUERTAS DEL BAUTISTERIO.

En este momento el Sacerdote depone la estola violeta y toma una blanca. Han terminado los exorcismos, no tenemos ya qué hacer con el demonio y nuestro cristiano –ungido– espera el agua de su regeneración. Para lo que falta, lo que en realidad es TODO, esto es, el BAUTISMO mismo.

Entremos pues, en el Bautisterio. ¿Qué es la PILA BAUTISMAL? Permitidme, en este momento, que os recuerde las dos maneras que tiene la Iglesia de llegarse a la Pila Bautismal. La una es ésta que hemos venido recorriendo y en la cual somos conducidos, individualmente como catecúmenos, por la mano del sacerdote, nuestro padre. La otra es cuando la asamblea cristiana se llega a la Pila Bautismal no para realizar un bautismo sino para consagrar la Pila misma. Es importante para la inteligencia que procuremos VER la pila del bautismo, es decir, recordar qué grandeza asiste a la bendición de las fuentes el sábado de gloria. En la Vigilia de Resurrección, en el comienzo de la mayor solemnidad que existe para la Iglesia, del mayor y más irradiante misterio de nuestra fe –pues, si CRISTO no ha resucitado, vana es nuestra fe, y nosotros somos no solamente los más necios sino también los más infelices de los hombres, pero como verdaderamente resucitó el SEÑOR, toda nuestra fe, toda nuestra vida, toda nuestra «Iglesia» está fundada en esa resurrección del que murió por nosotros para redimirnos y resucitó también POR NOSOTROS para justificarnos– en la vigilia, pues, de la Resurrección, la bendición de la PILA es uno de los actos más solemnes que pueda imaginarse, pues es una expresión, augusta, del misterio mismo de la IGLESIA.

Sí, la Iglesia es MADRE porque da vida, es decir, porque en esta fuente nacen los hijos de su seno. Y por eso la bendición de las fuentes está precedida de 12 lecciones que son leídas ante el Cirio Pascual (nuestra columna en el desierto, el símbolo de Cristo Resucitado) y a la luz del Lumen Christi encendido en el fuego nuevo.

Las 12 profecías del sábado de gloria son un resumen de las relaciones del hombre con Dios. Revelan progresivamente el misterio de la nueva creación, son la instrucción suprema que da la Iglesia al cristiano al celebrar la PASCUA, es decir, al celebrar la redención del mundo y la inserción de los hombres, por el BAUTISMO, en ese nuevo ser, en esa «Iglesia», en ese cuerpo cuya cabeza es CRISTO, vida nuestra, y cuyos miembros somos nosotros…

Desde el Génesis, desde el Diluvio, desde la vocación de Abraham, desde el Éxodo, el MISTERIO DE CRISTO oculto desde siempre en el consejo de Dios que lo creó todo, viene hacia nosotros.

Somos los herederos de los siglos, como dice S. Pablo, y, así como toda la creación tiene su término en Cristo y en Cristo Resucitado, así, toda la economía de la fe converge a esa capacidad que tiene la Iglesia de llevar hijos para Dios haciéndolos nacer en la PILA DEL BAUTISMO del agua y del Espíritu Santo. De ahí que la liturgia después de la profunda, después de la esplendorosa BENDICIÓN DE LA PILA, salga del bautisterio entonando las Letanías de todos los Santos, es decir, proclamando la victoria de Cristo en nosotros y haciéndonos ver, sentir, confesar, cómo los SANTOS, o sea, la parte perfecta y noble de la Iglesia, los hombres que confesaron, que respondieron realmente a su BAUTISMO, nacen de este misterio. Cristo, nuestra Pascua, ha sido inmolado, y esa «pascua» es NUESTRA y gloriosa, porque por ella pasamos de este mundo al Padre por medio del bautismo.

la Pila bautismal morimos con el que, muriendo, destruyó nuestra muerte, y de ella somos retirados con NOVEDAD DE VIDA unidos ya e incorporados al que resucitó POR NOSOTROS. De ahí que el rito del Bautismo, cuando ya se ha entrado al Bautisterio, sea enteramente PASCUAL. Constituye, como dice S. Pedro, nuestra INTERROGATIO IN DEUM PER RESURRECTIONEM JESU CHRISTI. Veamos cómo se desarrolla.

4.- El bautismo

El Sacerdote, de pie, junto a la pila del Bautismo, revestido de sobrepelliz y con la estola BLANCA (que designa la Resurrección), pregunta por su nombre al bautizando:

–Pedro ¿crees en Dios Padre Omnipotente creador del cielo y de la tierra?

Y el bautizando responde: –CREO.

–¿Crees en JESUCRISTO, su HIJO único, SEÑOR nuestro, que NACIÓ y PADECIÓ?

–CREO.

–¿Crees también en el ESPÍRITU SANTO, la Iglesia Católica, la comunión de los santos, el perdón de los pecados, la resurrección de la carne y la vida eterna?

–CREO.

Estos tres CREO corresponden positivamente para el hombre a los tres RENUNCIO, y esta nueva STIPULATIO nos asocia así de una manera inefable a la obra de las Personas divinas. Notad que en este momento no somos nosotros los que pedimos la fe, como en el umbral, ni

es el Sacerdote juntamente con nosotros quien dice: CREO, como en el ingreso, ahora es el cristiano mismo quien tiene que hacer, personalmente, la «entrega» del CREDO, la REDDITIO SYMBOLI, confesando «su» fe.

Luego el Sacerdote hace la última pregunta: –PEDRO ¿quieres ser bautizado?

–QUIERO.

Tal es el proceso del BAUTISMO: aquel ¿QUÉ PIDES A LA IGLESIA DE DIOS? de la interrogación IN LIMINE, termina en este CREO, en este QUIERO. He pedido la fe, y, por virtud de la fe de la Iglesia, desmenuzado el demonio, RENUNCIO, CREO, QUIERO.

Por ella, en el soplo de vida y con la señal de la cruz, bajo la derecha del Padre y habiendo gustado la sal, dueño del Símbolo, y teniendo en mi boca el PADRE NUESTRO, abiertos los sentidos, y desligado de todo lo que no es Dios, y UNGIDO, me acerco a la fuente de la vida.

Ahora el Sacerdote vierte el agua de la regeneración sobre la cabeza de la criatura. Este misterio es tan alto que sólo la visión beatífica –que es su término– nos lo hará comprender. San Pablo habla poco menos que extáticamente, en el prólogo de su Epístola a los Efesios, de esta elección con que el Padre nos bendijo en los cielos, en Cristo, antes de la constitución del mundo…

El cristiano, el hombre bautizado, participa en Jesucristo de la naturaleza divina, su cuerpo y su alma, es decir, todo su ser, está mística y efectivamente unido al Verbo hecho carne, a la santísima humanidad de Jesús, y, como el sarmiento de la vid, de ella recibe su savia. Hecho morada de Dios, tiene acceso al Padre por el Hijo, en el Espíritu Santo, y ante la novedad incomprensible de ese espíritu de adopción que lo mueve a decir: ABBA, PADRE!, incorporado a Cristo, UNO con Cristo, «cristo» él mismo, oye el silencio de la infinita piedad que le dice: –ERES MI HIJO: HOY TE ENGENDRO, ME LLAMARÁS PADRE Y NO CESARÁS DE ENTRAR EN POS DE MÍ!

Ciertamente que, como dice el Apóstol S. Juan, LO QUE SOMOS AÚN NO SE HA MANIFESTADO. De la dignidad del BAUTISMO sólo puede hablar la CRISMACIÓN que lo sigue, con esas extraordinarias palabras que son, para la fe, como si se rasgaran los cielos, pues ved que ahora el Sacerdote mientras unge con el Santo Crisma el vértice de la cabeza de la criatura, va diciéndole:

–DIOS Omnipotente, el PADRE de Nuestro Señor Jesucristo, EL QUE TE HA ENGENDRADO DE NUEVO del agua y del Espíritu Santo y te ha dado el perdón de todos tus pecados, EL MISMO, en Cristo Nuestro Señor, te UNJA para la vida eterna.

CHRISTIANUS, ALTER CHRISTUS! El bautizado es otro Cristo: al nuevo nacimiento corresponde la UNCIÓN real y un nuevo vestido, el vestido de luz. Ahora el Sacerdote viste la ropa blanca al bautizado, diciéndole:

–ACCIPE VESTEM CANDIDAM: recibe la ropa inmaculada, que has de llevar sin mancha hasta el día del tribunal de Cristo…

Y corresponde también una nueva luz, el lumen Christi. El sacerdote entrega al cristiano la vela de cera encendida, diciéndole:

–ACCIPE LAMPADEM ARDENTEM: recibe la lámpara encendida y GUARDA –IRREPRENSIBLE– tu bautismo…

Señores: Hemos asistido algo así como con los ojos de la cara al rito del sacramento que nos segrega del mundo para darnos parte con Cristo, en Dios. El hombre que sale de la pila bautismal –dice el gran papa S. León– tiene otra alma y otro cuerpo que aquellos con que entró en ella. Ha sido trasladado de las tinieblas a la admirable luz de Dios, es conciudadano de los ángeles, su nombre está contado entre los hijos del Reino.

Ahora bien, vosotros sabéis que cuando el Señor vino a la tierra, vino para PREDICAR EL REINO DE DIOS, y que la primera palabra de aquella predicación era (y es): –Arrepentíos, y creed al EVANGELIO.

Por otra parte, este «creed al EVANGELIO» todos sabemos que consiste y se resume en el recibo que hagamos de la persona de Cristo, pues el EVANGELIO fue y es anunciado para que creamos que JESÚS, ese hombre, nuestro hermano, igual en todo a nosotros, es el CRISTO, el HIJO DE DIOS.

Finalmente, recordaréis que el mensaje del EVANGELIO, lejos de ser interrumpido, se consuma EN y POR la Pasión del Señor, y así tenemos que el señor Resucitado al decir a los Apóstoles: «TODO PODER me ha sido dado en el cielo y en la tierra; POR LO TANTO: Id, pues, y predicad el EVANGELIO a todas las naciones, BAUTIZÁNDOLAS en el Nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo», no hace sino entregar, perpetuar, hacer permanente en este mundo y hasta la consumación la buena nueva de su EVANGELIO.

El EVANGELIO, pues, como ECONOMÍA DE SALVACIÓN, no termina con la muerte de Cristo, sino por el contrario, la MUERTE y la RESURRECCION lo consuman, lo hacen comunicable, y el BAUTISMO, sacramento de la fe, es el sacramento del EVANGELIO, es decir, la comunicación

efectiva en el tiempo de la vida que el Padre da en el Espíritu Santo a los que creen que JESÚS es su Hijo, y vino, enviado por él, a redimirnos.

No hay intervalo entre la fe y el bautismo: la fe concreta, la fe cristiana, la fe que justifica, es el FIAT, es el AMÉN de todo el hombre al EVANGELIO, y así el que cree que Jesús es el Hijo de Dios es BAUTIZADO, y, BAUTIZADO EN SU MUERTE.

Y aquí aparece la gran verdad –LA MUERTE DE CRISTO–, la gran verdad que el mundo no puede comprender y de la cual depende nuestra incorporación a la Iglesia y el Reino de Dios en las almas.  Cristo es SALVADOR de los hombres por su muerte, y el bautismo es el pasaje, la inclusión de la criatura en esa muerte y resurrección del Señor. De ahí la profundidad, la grandeza, el enorme misterio del BAUTISMO.

¿Quién tiene fe, para ver a un niño bautizado? ¿Quién tiene fe PARA SOSTENER LA VISTA DE LA FE, para ver en el bautismo no ya lo negativo, la remisión de los pecados, lo que lava el agua, sino lo positivo, el nuevo nacimiento, la nueva criatura, el HOMBRE EN CRISTO?

El BAUTISMO es baño, lavacro, porque el agua limpia, lava, pero es BAÑO DE REGENERACIÓN, porque por la muerte mística que se realiza en él del hombre en la muerte de Cristo, del agua y del Espíritu Santo nace la nueva criatura.

¡Realmente que en el BAUTISMO está, y PARA NOSOTROS, el misterio Pascual! Misterio de muerte y vida, misterio que nos asocia al que muriendo destruyó nuestra muerte y, resucitando, reparó la vida…  SACRAMENTO DE LA FE, sólo la fe puede mostrarnos su grandeza, y sólo adelantando a la luz de la fe podemos enumerar sus verdades más altas.

Permitidme que, para concluir esta conferencia, os diga LO QUE LA FE ME DICE del bautismo.

Hasta ahora hemos recorrido el itinerario que va del mundo profano y puesto en el Malo a la fuente bautismal. Es cierto que la Eucaristía es el misterio central de la fe, a ella converge todo, y, de ella –Sacrificio y Sacramento– para nosotros procede todo. Este centro irradia. Pero la puerta en cada uno de nosotros para acceder a su misterio es únicamente el bautismo.

Por otra parte, la gracia del Bautismo, dice la Sagrada Teología, no nos es dada «nisi respiciendo ad Eucharistiam», es decir, únicamente en orden a la Eucaristía. Y así, sólo por el «votum  Eucharisticum», es decir, por el deseo y propósito de recibir la Eucaristía, el Bautismo nos hace miembros de Cristo, y, con Cristo, hijos de Dios.

Nacimiento y nutrición es toda la vida del hombre: Bautismo y Eucaristía, toda la vida del cristiano.

Y cualquiera que sea el grado de santidad a que pueda llegar un alma, y cualquiera que sea el esplendor de los carismas –obras apostólicas, éxtasis, milagros– con que Dios pueda adornarla, esas gracias no hacen sino CONFIRMAR y DESARROLLAR en ella las posibilidades del Bautismo, es decir, la santidad primordial contenida y conferida en este primer sacramento.

Pero así como un hombre nacido puede enfermar o enloquecer o envilecerse, puede perder el juicio, entregarse a pasiones que deforman su vida, y llegar finalmente a quitársela por un acto ya de ciega locura, en el suicidio, así también el hombre bautizado puede violar las leyes de su vida divina desenvolviendo sus facultades con entero olvido de Dios.

Este olvido, esta traición del bautismo, nos mutila, nos deforma, puede llevarnos a veces al acto suicida de la apostasía deliberada y formal, y en ese proceso de descomposición de la criatura redimida muchos hombres han comprendido su propia tragedia y han dicho palabras que no eran de retórica!

Rimbaud, uno de los grandes genios de Francia, tiene este grito terrible:

–Je suis l’esclave de mon bapteme! SOY ESCLAVO DE MI BAUTISMO, no he desarrollado sus energías, no he vivido a la luz de su iluminación; llamado a la libertad de los hijos, nada ha podido (no podrá) borrar en mí este sello de nobleza, pero mi vida no estuvo en el camino y he sido –desesperado y miserable– el esclavo de dones que no supe llevar!

Y, en otro sector del pensamiento, un hombre de disciplinas clásicas, un genio, quizá el último genio de tipo humanista, llevado a meditar sobre el equilibrio armónico del hombre, confiesa su asombro ante la economía sacramental de la Iglesia. Me refiero a Goethe. Goethe, el pagano Goethe, leyendo una página de la Summa de Santo Tomás, aquella en que el Santo Doctor expone EL ORDEN QUE TIENEN NUESTROS SIETE SACRAMENTOS, tuvo una reflexión terrible.

Porque el Doctor Común, con la seguridad, con la sencillez tranquila de la fe, muestra cómo la vida espiritual tiene cierta conformidad con la vida corporal, y, por medio de una semejanza diáfana nos recuerda que todo hombre encuentra su perfección de dos modos:

a) ya en su propia persona,

b) ya mediante la sociedad en que vive.

Per se, en sí mismo, dice el santo Doctor, el hombre halla su bien POR EL NACIMIENTO que le comunica el ser, y a esta generación natural corresponde en la vida espiritual el BAUTISMO. Luego, nacido, se perfecciona el hombre por su CRECIMIENTO, que le permite desarrollar orgánicamente las energías de ese mismo ser que ha recibido, y a esto corresponde en la vida espiritual la CONFIRMACIÓN, que nos reviste de la virtud de lo alto en la comunicación de los dones del Espíritu Santo. Finalmente, el hombre que nace y crece conserva su ser y alcanza su plenitud mediante una nutrición adecuada (física, moral o intelectual), y a esto corresponde en la vida espiritual la EUCARISTÍA.

Nacimiento, crecimiento, nutrición: Bautismo, Confirmación, Eucaristía; nada más necesitaría el hombre, dice Santo Tomás, si la naturaleza del hombre fuera impasible. Pero nuestra vida actual (tanto la vida corporal como la vida espiritual) no es vida impasible, y así, puesto que el hombre cae a veces o es herido ya por enfermedad corporal, ya por enfermedad espiritual, es necesario al hombre auxilios o ajustes de curación y de ahí, en lo espiritual, para el pecado, el sacramento de la PENITENCIA, y para la enfermedad (y como preparación postrera para la gloria que nos está prometida) el sacramento de la EXTREMAUNCIÓN.

Finalmente, este hombre que de tal manera se desarrolla en sí mismo, se perfecciona en el orden social, como miembro viviente de la comunidad de la cual es hijo y a la cual contribuye, y lo hace de dos modos: ya proveyendo a la propagación, a la continuidad temporal de esa misma sociedad, y de ahí el sacramento del MATRIMONIO; ya recibiendo los bienes eternos que la gracia de Cristo nos da incoados en esta vida de prueba, y de ahí, para dárnoslos, el sacramento del ORDEN.

¡Qué armonía! ¡Qué equilibrio! ¡Qué apreciación positiva y comedida de las necesidades y naturaleza del hombre, de sus fines espirituales supremos, y de sus pasos (y hasta de sus tropiezos) en los senderos humanos, ásperos o humildes, de este mundo!

Goethe, el pagano Goethe, repugnado por las estridencias y las mutilaciones de la herejía que niega la mayor parte de estos sacramentos, y que, al destruir el Sacerdocio, los destruye a todos en su raíz y en su eficacia, asediado por el espíritu de estupidez y de odio que todo lo niega y destruye, y presintiendo las catástrofes a cuyo parto asistimos y que en su tiempo eran ya la preñez de un mundo, consideraba esta página de Santo Tomás como un modelo y un monumento de los siglos cristianos; veía en ella el secreto de lo que fue la grandeza de Europa, y, sin comprenderlo, con una inteligencia más de naturalista que de filósofo, con su admiración daba testimonio DE LA ESTRUCTURA VITAL DE LA IGLESIA.

Grandeza del Bautismo, profundidad del Bautismo. El Bautismo mira a la Eucaristía, pero, señores, tanto el Bautismo como la Eucaristía no son sino actos sacerdotales de Cristo, y, uno y otro, el primero y el mayor de los Sacramentos, dependen en su raíz, en su fuente, del Sacramento del Orden. Sin el Sacerdocio –digámoslo claramente– NO TENEMOS NADA EN ESTE MUNDO, ni como cristianos, ni como hombres. Enredados en un lazo (que ni sabríamos que existe) del demonio, a los procesos biológicos o químicos de la materia tendríamos que ir a preguntarles científicamente: ¿Qué somos? Y confinados por completo (como lo estuvieron y lo están los pueblos paganos) dentro del orden puramente político, con el látigo recibiríamos de la primera bestia, a quien juicios inescrutables de Dios permitieran erigirse en tirano, la doctrina y el destino total interior y exterior, de nuestra vida!

Ved, señores, que aun los herejes, en el resto enflaquecido de cristianismo que les queda, dependen de esta gracia (QUE NO LES FUE QUITADA) del Bautismo! Y que aun los enemigos laicos de la Iglesia en el anémico sentido jurídico que todavía tienen de la dignidad humana, están usando conceptos cuyo origen no pueden comprender y que jamás hubieran podido ser formulados en el mundo sin la Resurrección de Cristo.

En la conciencia, pues, de este Bautismo, en la conciencia de lo que (aun siendo débiles o malos, o dormidos cristianos) debemos, personal y socialmente, a este acto vivificante y libertador del Sacerdocio de Cristo, permitidme que termine mis palabras.  Y puesto que los sacramentos de la Iglesia no existirían si no existiera la institución divina del Sacerdocio, permitidme, señores, que en nombre de nuestro común Bautismo presente mi homenaje de fe y obediencia –y el de todos vosotros– a nuestro Obispo Diocesano, es decir, a quien ha recibido entre nosotros para nuestro bien la plenitud de los poderes del Sumo y eterno Sacerdote.

Y ya que el Subdiácono en la Misa, cuando ha terminado su lección, restituye públicamente el libro y la palabra, y a fin de confesar el grado inferior de su orden besa la mano del sacerdote, permitidme que, a su ejemplo al ceder yo la palabra (de la cual he usado acaso con excesiva extensión) en testimonio de lo que debemos todos al Sacerdocio de Cristo y a fin de confesar también cuál es mi lugar en la Iglesia, me incline ante nuestro Obispo que se ha dignado presidir esta reunión, y me reintegre al silencio besando, filialmente, su anillo pastoral.

He dicho.